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LOS CUENTOS DE DON PINOLILLO

Don Pinolillo es un personaje mítico e intemporal. Nadie lo conoció personalmente ni supo jamás su edad; pero él, asegura en sus anécdotas que fue el primer habitante de la región. La gente del campo habla de él con familiaridad; como si realmente lo hubiera tratado o como si anduviera aún por los montes de Anáhuac, Nuevo León. Lo representan como un típico norteño, próspero agricultor y ganadero, rodeado de peones y una prolífica descendencia. Es un viejito dicharachero y mentiroso, ocupado siempre en asombrar a sus nietos y a la gente sencilla con sus imaginarias hazañas que nos recuerdan al viejo Pedro Urdemales del Siglo XIX, al Pecos Bill tejano o al don Cacahuate de los cuentos norteños del Siglo XX.

Sus descabelladas historias son una tradición oral entre la gente del pueblo y con ellas, los abuelos entretienen a los pequeños que aprenden así a soñar también con las fantásticas aventuras de este legendario anciano. He aquí una de sus más bellas historias:

AQUI SE REVOLCO EL DIABLO

En el principio de los tiempos, allá cuando los hombres empezaban a poblar el mundo, el Diablo salió a pasear por estas tierras con el fin de malograr la obra de Dios. Con su gran estatura, que casi rozaba con sus cuernos las más altas nubes, anduvo de Colombia al cerro de Candela irradiando calor; chamuscando a su paso todo el paisaje.

Terminada su mala obra, decidió descansar su gigantesco cuerpo colorado sentándose en una montaña plana que ahora se llama Mesa de Cartujanos. Desde ahí se puso a contemplar lleno de satisfacción cómo fue quemando a su paso toda la región hasta convertirla en casi un desierto de montes y cerros pelones. Fue tanto el gusto que sentía, que para celebrar sus maldades, sacó una armónica, la puso entre sus labios; y se puso a tocar una alegre polquita, mientras marcaba el ritmo tamborileando en el suelo con su pata de cabra.

Tan contento se encontraba, que no se dio cuenta que la mesa estaba ocupada por un gran poblado de hormigas coloradas, que vivían en ese entonces ocupadas en trabajar la tierra para obtener su alimento. Aquellas hormiguitas estaban enojadas por que el intruso había sentado sus grandes pompas en el centro de su aldea, aplastando muchas de sus casitas.

Se dio la voz de alarma, el grito de guerra; y llegando de todas partes, miles y miles de furiosas guerreras subieron a la mesa y empezaron a trepar por el rabo y los pelos de la espalda. Aprovechando que en ese momento el chamuco tenía apagado el cuerpo, fueron invadiendo toda la espalda y cuello; y a la voz de mando, millones de lanzas se clavaron en el rojo cuerpo a un solo movimiento.

El Diablo dio un aullido, y pegando un salto por encima de las nubes, fue a caer con gran estruendo y polvareda en los campos de Anáhuac. Las aguerridas hormigas se le prendieron de todos los vellos y picotearon repetidamente el pellejo del Pingo que empezó a arder y a revolcarse; rodando del río Salado hasta Pilares. Las guerreras, al sentir las llamas, se dejaron caer, se reorganizaron, y empezaron la retirada por escuadrones y en perfecta formación.

…Allá atrás, el suelo ardía y la tierra temblaba mientras el Chamuco se daba los últimos revolcones. Al fin, con un grito de coraje y dolor, dio un gran salto hasta el otro lado del mundo.

Aunque la mayoría mantuvo su color, muchas hormigas quedaron negras por la chamuscada que se dieron con el Diablo; desde entonces hay hormigas negras y hormigas coloradas. También desde entonces, ya no hacen sus casitas sobre el suelo, ni cultivan la tierra. Ahora viven en profundos agujeros temiendo que el demonio vuelva para vengarse.

Y cada vez que sus nietos le preguntan a don Pinolillo el porqué de tanto calor en estas tierras norteñas de Anáhuac; el buen viejo los reúne a su alrededor para contarles esta historia que termina con una última razón:

_ Porque aquí, se revolcó el Diablo...

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