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EL TORO DIABLO

Por todos los rincones del municipio de Anáhuac, Nuevo León, se dan encuentros con entes de lo desconocido. Los seres del Más Allá asoman a nuestro mundo para asolar las almas con su terrible presencia. El hombre, limitado en su conocimiento, jamás podrá explicar cada manifestación insólita y quedará confundido y lleno de miedo ante su encuentro con mundos fuera de toda comprensión humana. Prepárese a asomar a la historia, que como verídica, nos cuentan de la espantable aparición de...

EL TORO DIABLO

Era el año de 1981. Era Semana Santa. 28 años han pasado de aquellos hechos que quedaron indelebles en la memoria de las actrices principales de este relato. Norma tenía trece años en aquél entonces cuando, a la puesta del sol, cuatro hermanas se prepararon para hacer ejercicio trotando por los laterales de la carretera a Don Martín, a la altura del rancho “Diez Hermanos” de la comunidad agrícola Regantes Catorce.

Una hermana de quince años era su más fiel compañera, y salieron juntas a correr por el frente del rancho con rumbo al poniente, cuando el sol había ya acabado de caer en el horizonte. Dos hermanas mayores se habían adelantado en el camino. Era común ver a las cuatro ejercitándose a cada atardecer en una saludable rutina que mucho provecho les traería en el futuro.

Aquella ocasión, una vez que llegaron a unos trescientos metros de recorrido, se regresaron hacia el oriente para trotar con rumbo hacia la capilla de la comunidad. Se encontraron con las mayores y se cruzaron caminos y sonrisas. Llegando al pequeño templo, se dieron la vuelta para volver a recorrer el trayecto hacia el poniente; pero a lo lejos, vieron a sus hermanas desviarse hacia la casa de adobe que aún se puede apreciar al lado del camino. A un grito y una señal interrogante, les contestaron a distancia:

_¡Vamos a la casa a tomar agua! ¿No quieren...?

No. Ellas harían otra vez el recorrido. Y al regresar hacia el oriente, llegaron cerca de la capilla; y sin detener el trote, enfilaron otra vez con rumbo poniente. La noche caía y era cada vez más penosa la visibilidad. Ponían la vista al frente pensando que la rutina pronto llegaría a su fin. No sabían que algo insólito se acercaba a sus vidas. Frente a ellas, a unos cuarenta metros de distancia, se empezó a materializar en negras sombras la figura de un animal. Era colosal su estatura ya que medía cuatro metros de una altura que coronaba con grandes cuernos. Paralizadas de miedo, se dieron cuenta poco a poco que estaban ante un gigantesco toro negro. Con esa corpulencia, estatura y forma de aparecer, llenas de miedo se dieron cuenta que se encontraban ante un enviado del mundo de Lo Desconocido. Su cuerpo se recortaba perfectamente entre la naciente oscuridad y lo que más las atemorizó fue descubrir que eran sus ojos dos ventanas llenas de fuego que parecían asomar al infierno mismo.

La bestia magnífica dio unos pasos en trote hacia ellas y el suelo se cimbraba ante el peso de aquellos cascos hendidos que sacudían la tierra. No podían dejar que se acercara a ellas aquel toro del Diablo. Presas del terror, corrieron hacia la capilla que empezaba a lanzar a los cuatro vientos su llamado para una ceremonia religiosa por ser noche de Jueves Santo. Al llegar a refugiarse en aquellas paredes benditas, se encontraron con Juanita, la encargada de accionar la cuerda del campanario; y con su fresca sonrisa les preguntó:

_¿Qué andan haciendo...?

Las muchachas, para su asombro, llenas de miedo le dijeron:

_ “¡Juany, por favor, acompáñanos a la casa...! ¡Vimos algo muy feo que nos salió al frente y tenemos mucho miedo...! ¡Es un toro negro muy grande y con los ojos de brasas...!”

Juany se rió de sus miedos y moviendo en negación la cabeza, les dijo en tono divertido:

_ ¿Cuál toro negro...? ¡Lo que deben hacer es venir a misa pa’ que no anden con esas cosas! ¡Ándenle, vengan, que ahorita viene el padre y estoy muy ocupada!

Las muchachas por andar vestidas con ropa inapropiada y sentirse incómodas por el sudor que aún corría por su frente, no quisieron entrar al templo. Así, decidieron regresar solas a casa, esperando ya no tener aquel espantable encuentro.

Caminaron tomadas de la mano, con la atención puesta a cada rincón de oscuridad y sentían que la tensión las ahogaba. Al llegar al punto del avistamiento esperaban ya no repetir la experiencia; pero no, en el mismo punto pequeñas manchas negras aparecieron dispersas en el aire y se iban uniendo en un solo cuerpo para dar forma al siniestro toro negro que se fue materializando otra vez ante su mirada. El gran burel les clavaba amenazante sus ojos de fuego y sentían que con la vista les taladraba el alma misma. Arrebatadas por el espanto que les hacía temblar estaban heladas de miedo, paralizadas ante la bestia diabólica. El gigantesco animal dio unos pasos al trote hacia ellas haciendo temblar el terreno, y las muchachas empavorecidas corrieron otra vez hacia la capilla.

Adentro, ya la gente ocupaba las bancas y les daba mucha pena entrar con la ropa mojada de sudor. Paradas al exterior del templo, vieron que por un rancho del oriente salió una camioneta y la acomodaron con los fanales hacia el poniente. La luz del carro bañaba todo el camino; eso les dio valor para correr a casa aprovechando que el ranchero se ocupaba en cerrar el portón acomodando cadenas y candados. Sólo eran cien metros a la casa. Corrieron amparadas por el haz de luz que iluminaba todo el camino que tenían que recorrer, y pasaron como exhalación por el paraje del miedo; pero el toro diablo, como ente de las sombras que era, se ahuyentó ante la luz y ya no volvió a aparecer.

Las jóvenes llegaron llenas de espanto a su casa, contando la horrorosa aventura que acababan de vivir. Reclamaban a su hermanas mayores porqué las habían dejado solas. Ellas explicaban que al llegar a tomar agua su madre estaba ya preparando la cena y atrapadas por los ricos olores de la cocina, ya no quisieron seguir. Pero por las explicaciones de uno y otro bando, sucedió lo cotidiano: nadie quiso creerles esta historia.

Tal parece que según el síndrome de Santo Tomás, el hombre solo cree aquello que puede ver y tocar por su misma mano. Duda y hasta se ríe de las creencias y la experiencia ajena. En el materialismo en que se vive es un milagro que aún se crea en Dios y su mundo de amor que nos rodea; así mismo, es raro que aún se crea en las dimensiones que rodean al hombre porque la ignorancia y pequeñez intelectual no nos permite concebir las cosas que están más allá de nuestra limitada mirada.

Como sean las cosas, crean o no crean, hay una bestia rondando por los montes de esta región; ya se avistó en Lampazos, ya se tuvo este encuentro con él en La Catorce; y esta noche... esta noche, usted, que anda a diario por las zonas rurales de Anáhuac, Nuevo León, puede ser el siguiente en enfrentar la aparición del espantable...

Toro diablo...

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