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LAS TORTILLAS DE HARINA

“¡Si son de harina ni me las calienten...! ¡Si son de máiz, ni me las presenten...! ”

Solas o acompañadas de aguacate, de frijoles refritos, de salsa molcajetera, eran las tortillas de harina el supremo manjar que no podía faltar en ningún hogar bien hecho, por rico o pobre que fuera. En la mesa, la bandeja de lámina, la sal, la manteca Inca, a veces la levadura, el palote, una madre dispuesta a agasajar el paladar de su esposo y sus hijos. Todo estaba puesto...

El amase con agua caliente para que se funda bien la manteca con la harina, tantearle bien la sal. Preparar los testales según el tamaño que se deseaba. El paloteo bien calculado para que quedaran delgadas y redondas. Ponerlas en el comal. Verlas inflarse. Tomarlas en la mano. Hacerlas burrito. ¡Y a sufrir...!

Sí, a sufrir con aquellos olores que llenaban la casa, el vecindario y el barrio entero. Aquél olor que decía a todos que había una mujer preparando tortillas de harina; y ya con el antojo alborotado, la imitación se daba por todas las casas del sector; a tal grado que el santo olor de las tortillas de harina, salía por las chimeneas y se elevaba al cielo hasta llegar a Dios. Los ángeles, se lamentaban no ser mortales para disfrutar de ese placer de los pobres que eran las tortillas de harina.

Las tortillas de harina forman los más bellos recuerdos de nuestra infancia, de un hogar que ya perdimos, de unos padres que nos acariciaban el alma llenando a cada tarde la canasta. Pero, como decía Celso Garza Guajardo: “Ahora comprendo que no era el sabor y el aroma de las tortillas de harina, sino el recuerdo de aquél hogar que es el que nos perdura en la memoria para siempre. Los años en familia, cuando teníamos a nuestro lado a todos nuestros hermanos, a nuestros padres, a nuestros abuelos. La cocina aquella de pocos muebles y menos trastes, donde todo estaba en su lugar; y en la alacena entre frijoles, pastas, chile tomate, papas y cebolla, no podía faltar el costalito de harina marca “Lluvia de estrellas” o “Río Bravo.” La cocina aquella del ritual de todos los días, sentados todos a la mesa ante la figura patriarcal de nuestros mayores y la diligencia de las mujeres que iban y venían sirviendo y llenando la canasta poco a poco de las amadas tortillas que ya nunca volvieron a nuestra vida.”

Contaba mi padrino don José Guerrero, que cuando andaba de bracero era muy apreciado por sus compañeros de barraca porque tenía un don: Sabía hacer tortillas de harina. Una vez, un nuevo emigrante le dijo que sus tortillas estaban todas chuecas, no redondas como dicta la buena mesa. Sus compañeros callaron al melindroso con una razón aplastante: “Tú cállate y cómetelas, que al cabo no entran rodando...”

Los tiempos se fueron, las cosas cambiaron. La familia se dispersó, los padres y abuelos se fueron al lugar que todos vamos. Las tortillas ahora se podían hacer o no hacer... El entusiasmo ya no es el mismo. Había un espíritu que se fue con todo, llevándose el gusto original por las tortillas de harina y el sentimiento y gusto por hacerlas

Hoy, las tortillas se venden hechas. La mayoría de las mujeres se niegan a hacerlas porque ya ni las mujeres, ni las tortillas, las hacen como antes...

Cuando compartía mi casa en Anáhuac con mi buen amigo, el Profesor Martín, al filo de las seis de la tarde, inhalábamos hasta llenar los pulmones de los aromas de tortillas de harina cociéndose en el comal por las amas de casa que teníamos como vecinas. Lejos de nuestras esposas y lejos de nuestras madres, anhelábamos unas tortillas como aquellas en nuestra mesa. Mi amigo suspiraba, y decía con plena convicción: “¡No es justo…! ¡Esto no se le hace a dos hombres solitarios…!” Pero para nuestro consuelo: dos o tres vecinas periódicamente se compadecían de nosotros y nos regalaban unas cuantas tortillas recién hechas. Nuestro agradecimiento eterno a doña Armandina, Isabel, y Élida que se compadecían de nosotros. ¡Son bellas las amas de casa de Anáhuac!

Un saludo a todos aquellos hombres, felices mortales, que todavía tienen a su lado una mujercita que sabe hacerlas y está dispuesta a apapacharlos con unas santas y ricas tortillas de harina... ¡Ay dolor... Ya me volviste a dar...!

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