Hay dichos hirientes; pero tanto, que, o se dicen con el ánimo de ofender deveras, o sólo se pronuncian cuando hay tanta confianza que no es posible que alguien se sienta agredido.
Cuando se discute de fútbol y se apuesta que el tigre es mejor que el rayado, no falta quien diga que “Si hasta los tigres son rayados...” ¿Será mentira?
Resulta que en el Clásico se confirma la superioridad del tigre, y el fanático del equipo se pavonea presumiendo: _¿ Ya ves...? “¿Cuándo ha podido la mugre con el jabón...?”
Sólo en verdadera camaradería se pueden decir alegremente algunas cosas; porque cuando ya conocemos a las personas y sus intenciones más profundas, es difícil que nos ofendan.
En los pueblos, hay muchas personas soberbias que creen que pueden regañar a cualquiera; ese mal entendido orgullo de “clase”, de “nivel familiar”, hay veces que se pasa de padres a hijos. Una vez, recién llegado a Anáhuac, en la escuela secundaria, vigilaba durante el recreo a los alumnos que jugaban un partido de voley vol. De pronto, a mi lado se paró una alumna del turno matutino que en pose autoritaria, me habló muy airada:
”Profesor: no debe usted permitir que sus alumnos golpeen tan fuerte el balón. A nosotros, en la Sociedad de Alumnos, nos cuesta mucho trabajo y dinero comprar los equipos deportivos, como para que éstos los estén maltratando. ¡Y usted no les dice nada...!”
Quedé repentinamente incrédulo ante tanto atrevimiento. Estaba siendo regañado por una mocosa treinta y tres años menor que yo; que, sin embargo, sentía tener la suficiente estatura como para verme y tratarme como un empleado. Echando mano de paciencia, le sonreí diciéndole:
_Usted no es Presidente de la Sociedad de Alumnos, ocupa un lugar de tercer orden. Además, apenas hace tres días tomaron posesión, no han realizado ni la primera actividad, ni han regalado aún nada a la escuela y ya se siente usted con autoridad sobre sus compañeros y sobre mí, hasta como para regañarme... ¿No le parece que se está pasando?
La muchacha se enojó más con mi respuesta y gritó a los alumnos para que le dieran el balón. Yo les dije a los muchachos que siguieran jugando y le recordé a la “joven patrona” que era el turno de tarde y que ella no tenía nada qué andar haciendo por la escuela. Le pedí de manera cortés que saliera del edificio.
Una maestra ya se había acercado y escuchó parte de lo que habíamos hablado. _ ¡Qué bueno que la puso en su lugar, maestro...! –me dijo en voz baja.
Le contesté en broma: Pos’ mira ésta... ¡Nomás eso me faltaba… que una de guarache, me venga a taconear...!
La compañera se rió muy divertida. Era una puntada que nunca antes había escuchado. Y me dijo muy convencida: _¡La hubiera despedido con ese dicho...!
No -le dije-, son palabras tan duras que sólo entre amigos se pueden pronunciar. Si le hubiera dicho esas palabras, la hubiera ofendido en su mal entendida dignidad; y por equivocada que esté, primero que nada, es una mujercita y merece consideración y paciencia. Años después, la joven creció, le tocó ser mi alumna en Preparatoria y fuimos buenos amigos.
No le aconsejamos que use los Dichos del Pueblo para ofender a nadie. Así, cuando alguien por ignorancia lo trate mal, cállelo con razones, aunque para sus adentros se esté diciendo:
“Nomás eso me faltaba... que uno de guarache, ¡me venga a taconear...!”
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