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EL ADIOS DEL FERROCARRILERO

ENCUENTRO CON LAS TRADICIONES VIVAS

Fue don Margarito Arredondo Ortega, mi suegro, un hombre todo bondad que recibió como bendición el tener una linda esposa, nueve hijos, y vivir muchos años en buena salud. A la edad de ochenta y cuatro años, fue llevado por sus hijas a consultar una subida en la presión. Se quedó en observación, se le detectaron otros males mayores que se manifestaron de pronto; y allí, rodeado de su numerosa prole, en treinta y seis horas entregó su último aliento.

Fue don Margarito, ferrocarrilero desde los años veinte; anduvo en trabajos de vía por docenas de estaciones de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. Hombre forjado bajo el sol, me contaba mil historias que aprendió por los caminos. De él aprendí el dicho tan repetido cada vez que salía de su casa con el “lonche” en la mano: “¡Sale pa’ Camarón…!”

El día de su velorio se juntó todo un ejército de hijos, nietos, biznietos y uno que otro tataranieto. El día de su sepelio se duplicó la tropa dolorida. Los hijos hablaron en el Sindicato Ferrocarrilero para darle El Adiós según la tradición entre rieleros. Dos máquinas lo esperaron en una intersección del camino al camposanto, para lanzar al viento un largo silbido de despedida al viejo que dejó su vida y sus mejores recuerdos entre los las vías y durmientes. El pito del tren sonaba largo, triste... Era un gemido ronco y doloroso que hizo correr ríos de llanto por las mejillas de los dolientes en el cortejo fúnebre y en los maquinistas bajo el silbato. Parecían decir en su aullido:

“Adiós, Margarito. Por ti suspirarán la Estación Gómez Farías y la Estación Camarón; y de Hipólito a González tu nombre será susurrado al viento. Adiós, Margarito, adiós... Ya no bajarás del motor para ir a surtir tu mezcalito de Bustamante o de La Chona.. No comprarás más los tacos de cabrito en estación Villaldama. Adiós, Margarito, adiós… Nos volveremos a ver”

Estaba tan conmovido al ver tanta manifestación de dolor al cruzar nuestro camino con las máquinas, que no pude tomar nota en el momento de este Encuentro con las Tradiciones Vivas. No cabe duda que es una tradición triste como todo uso y desuso que tiene que ver con la muerte. No sé si por las estaciones ferrocarrileras de Anáhuac al sur de Nuevo León se haya vivido esta tradición; tal vez pocos trabajadores del riel recibieron El Adiós del ferrocarrilero por estar lejos de su tierra.

Y usted, que alguna vez ha de bajar a rendir tributo a la Madre Tierra, tal vez no reciba El Adiós del ferrocarrilero, o el toque de silencio para un soldado o un policía. Usted está hecho para otro tipo de adiós. Tal vez quiera un bajo sexto y un acordeón en su camino al panteón y al frente de su tumba. Porque su muerte y la mía, serán también un Encuentro con las Tradiciones Vivas, y alguien más…

Estará tomando nota…

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