En nuestros áridos montes crece una planta espinosa pequeña, parecida al maguey, llamada lechuguilla. La lechuguilla es propia de zonas secas, pues sobrevive con la más mínima lluvia; sin embargo, es posibilidad de vida para los hombres del semidesierto porque contiene una fibra llamada ixtle, fibra con la cual se hacen cuerdas, mecates, resistentes reatas, costales y estropajos. Los ixtleros recorren los montes en busca de las pencas de esta planta y en duro trabajo tallan y tallan para extraer el ixtle que venderán por kilos, o confeccionarán sus productos para vender casa por casa.
Pero antiguamente, de la lechuguilla aprovechábamos un beneficio más que era el amole. El amole es el camote que tiene como raíz la lechuguilla. Es muy fibrosa y retiene la poca humedad que capta la planta. El amole era separado del cogollo y pencas y llevado a los hogares donde se quebraba, se machacaba un poco y se ponía a hervir. La infusión era usada para lavar la ropa y resultaba ser más fuerte que cualquier jabón de aquel tiempo o del nuestro. El más arraigado cochambre en la ropa del trabajador, así fuera un mecánico, era tratado con el amole y ni el jabón blanco era tan efectivo. Una costumbre más que se perdió junto con el amole, fue el hervir la ropa sucia.
Si es tan bueno, ¿porqué desapareció el uso de este jabón?, porque el hombre y la mujer de hoy todo lo buscan ya hecho. En tiempos pasados ella preparaba su amole, su shampoo, su masa de harina de maíz o trigo, su mantequilla, sus quesos, sus conservas, ella confeccionaba sus colchonetas, almohadas; o quizás, porque simplemente todo cambia con el tiempo y nada es para siempre. Antiguamente, tener cualquier cosa costaba trabajo porque había que hacerlo, hoy todo cuesta dinero porque hemos perdido la costumbre de saber hacer las cosas.
¿Conoce usted todavía el proceso de preparación del amole? Entonces es usted una muestra viva de nuestras tradiciones, que poco a poco se van yendo con el tiempo.
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