Cómo siento respeto y admiración por la sabiduría de la gente que nació, se formó, y trabaja en el campo.
Una vez me invitó un amigo a visitar su rancho allá por la sierra de Múzquiz, Coahuila. Salimos una mañana a cabalgar y le dijo a su trabajador que nos acompañara. Era éste una persona de unos sesenta años de edad, tez morena quemada por el sol ya que su trabajo era el cuidado del ganado, reparar cercas, vigilar aguajes, y demás quehaceres a campo abierto.
Era el mes de agosto; aproximadamente, las dos de la tarde. Íbamos de regreso por el lecho de un arroyo; el cielo estaba completamente despejado y el sol caía a plomo sobre nuestras cabezas. El vaquero nos hizo de pronto un cometario: _”Esta noche va a llover...”
Mi amigo nada contestó y hasta lo noté algo molesto pues por el agotamiento, fastidio, hambre y aquellos 42 grados que abrazaban nuestros cuerpos lo único que anhelábamos era llegar a la casa del rancho.
La casa apareció a lo lejos y apresuramos el paso. Al llegar, bajamos de los caballos y le dejamos al trabajador las bestias para que las desensillara y les diera algo de pienso y agua. Un rato después comíamos un rico caldo de venado que había cocinado la señora de la casa. La tarde se fue en revisar animales y corrales y al llegar la noche, temprano nos fuimos a la cama.
A la media noche, un trueno sacudió las paredes y me hizo levantarme de un salto. Asomé por la ventana y vi que una tempestad venía por el norte y estaba ya casi sobre nosotros. La lluvia llegó abundante y el agua corrió por el campo llenando cauces secos, trayendo nueva vitalidad a los campos sedientos. Mi amigo y yo quedamos en la ventana mirando la lluvia y preguntándonos cómo sabría el viejo vaquero que iba a llover.
Amaneció. Fuimos al encuentro del trabajador y la pregunta tenía que salir:
_ “¿Cómo supo que iba a llover si ni siquiera había una sola nube?”
El vaquero nos miró con sonrisa apacible y nos contestó: _ La verdad, yo no sabía que iba a llover. A mí me lo dijo un animalito.
Al escuchar esta respuesta pensé que nos estaba tomando el pelo. Pero continuó con voz serena su explicación:
_ No sé si se fijaron que cuando veníamos por el arroyo y les dije que iba a llover pasó por enfrente de nosotros una rata, que empezó a trepar por un cedro y llevaba cargando a sus críos colgando entre las ingles. Ella buscaba ponerlos a salvo de la gran avenida que llenaría el arroyo. La rata era la que sabía que iba a llover. Así como la ratita, hay otros animalitos que nos dicen las cosas y aprendemos de ellos si sabemos escucharlos y captar su mensaje. Sólo los que viven ya desconectados con la naturaleza, no pueden escuchar sus señales.
Quedé fascinado con la lección de aquél hombre sencillo; y quedé pensando a solas: “¡Qué sabia es la gente del campo!”
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