El hombre es muy dado a meter bravatas entre los dichos del pueblo. Cuando una pelea queda pendiente porque no se consumó el enfrentamiento, el mexicano se retira triunfante con una última puya para picarle la cresta a su oponente: “¡Con miedo que me tengan, basta…!”
A veces le toca perder. Pero aunque lo dejen como al caballo blanco (con todo el hocico sangrando), para rescatar un poquito del honor perdido, todavía se devuelve y grita: “¡Y si quieres más, me avisas…” ¡ ¡Ah, pueblo…!
A veces se duda de la capacidad verdadera del oponente y por sobre las bravatas y palabras que no sacan sangre, se dice como pensando en voz alta: “¡para mi que son más las echadas que las ponedoras…!”
Y de mil maneras se puede tejer alrededor de los mismo cuando decimos: “es más el ruido que las nueces”.
A veces se quiere lanzar el reto de la duda de una manera definitiva y se le sacude el amor propio al contrario que habla mucho: “¡de lengua me como un plato…!”
“Nomás eso me faltaba: que uno de huarache me venga a taconear…”
¡Ah, si las palabras mataran, ya llevaríamos varios difuntos en nuestra lista¡ pero la palabra aguda, es como el cuchillito de palo… “que no mata, pero como friega…”
Aquí, en este espacio, usamos los dichos del pueblo como una forma de jugar con las ideas y las palabras; como una forma de divertirnos mientras analizamos las formas de pensar o responder ante una situación. El tradicional ingenio del mexicano ha creado refranes o algunos los ha heredado, pero todos los vamos adoptando como un estilo de vida, como una forma de enfrentar las diversas situaciones que la vida nos va presentando.
En Dichos del Pueblo, así rendimos culto a nuestros abuelos que fueron los que nos dejaron esta herencia preciosa que también nosotros habremos de pasar a nuestros hijos.
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