Por estos días en que recordamos la pasión, muerte y resurrección del Salvador, nos damos cuenta de que mucho han cambiado las costumbres de los pueblos a lo largo y ancho de nuestro país.
Hace cincuenta años, la Semana Mayor se vivía de manera muy distinta. Desde el Domingo de Ramos, la fe se vivía con gran participación de la gente con procesiones representando la entrada triunfal de Jesucristo a la ciudad santa de Jerusalén. Y desde ahí, era un diario seguir paso a paso los días santos; uno de los más serios, el jueves, era el momento de dolor y duda, del muy humano miedo ante todo el sufrimiento que el Señor sabía que venía, y que lo hizo derramar lágrimas de sangre en el Huerto de los Olivos. Había que recordar el Beso de Judas como una historia que muy seguido vivimos en nuestra vida, recordar muy solemnemente la aprehensión y cárcel del Señor, la negación de San Pedro. Al otro día, Viernes Santo, la tortura, la condena, el Vía crucis, la crucifixión y muerte del Redentor. Decía mi madre: “Quien se mete a redentor, sale crucificado…”
Toda la semana estaba prohibido pelear en el hogar o castigar con cinto las travesuras de los hijos. En jueves y viernes estaba prohibido escuchar música, la gente procuraba no reír ni contar chistes. Especialmente el viernes, las pocas radiodifusoras que trabajaban ponían al aire sólo música sacra. En señal de duelo, todas las imágenes y los espejos se tapaban con sábanas, las puertas y ventanas se cerraban, las mujeres se vestían de luto, se ponían ceniza en el pelo en señal doliente, los hombres portábamos un moño negro en la manga; todo era silencio, dolor, luto, duelo por la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Los servicios religiosos se anunciaban con una grande y sonora matraca, ya que estaba prohibido el alegre sonido de las campanas.
El jueves, el Lavatorio de Pies. El viernes el Vía Crucis; y cuando llegaba la noche del viernes, se bajaba de la cruz al Cristo de cada iglesia. Muchas veces vi cómo las mujeres estallaban en llanto sincero, conmovidas hasta el alma por la muerte de Jesús. Luego, el “cuerpo” era velado y acompañado de un Rosario de Pésame a la Virgen con rezos todo el día sábado.
Luego, en la noche del Sábado de Gloria, en que el Cielo se abría con el anuncio de la Resurrección. La bendición del fuego y del agua. Y la alegría de una Misa de Gallo a las once de la noche para, a las meras doce, anunciar en alegre sonar de campanas la entrada del Domingo de Resurrección. Y la tradición que dictaba que los enamorados debían de abrazarse y levantar tres veces en brazos a la novia o a las niñas para que crecieran más ese año; unas en amor, otras en estatura. Y claro está: los castigos pendientes de toda la semana.
Luego, para más comodidad, la Misa de Gallo se hizo a las diez, luego a las ocho de la noche, luego fue desapareciendo el luto y las demás manifestaciones de dolor. Luego, las manifestaciones de fe se vieron poco a poco perderse en una triste retirada. Hoy las iglesias se ven vacías la mayor parte de la semana; pues en este tiempo, la Semana Santa perdió todo su espíritu y todo es paseos, fiestas, música y borracheras.
Sólo, a veces, en algunos pueblos, observamos que la tradición y las prácticas religiosas no se han perdido del todo, y aun vemos gente sentada en silencio, verdaderamente conmovida en la reflexión de una vida, pasión, muerte y resurrección que muchos ya olvidaron…
Usos y desusos; estilos de vida que hoy son nostalgias del pasado pero que nos hablan de una mística, de un espíritu bello que hemos perdido, de un espíritu que se fue para siempre; y a cambio…
No nos ha dejado nada…
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