Es muy conocida la habilidad del pueblo mexicano para hablar con doble sentido. Muchas veces este doble sentido se quiere agotar en el albur callejero o en el humor vulgar que vemos en el cine y teatro más bajos. Pero el doble sentido consiste en lanzar palabras en una dirección cuando la audiencia sabe muy bien a quién van dirigidas; es como lanzar palabras al viento para que el que le caiga el saco, que se lo ponga... para ver quién se pica... Es como desahogar de alguna manera algo que envenena al afectado, pero no tiene el valor para decirlo de frente a quien corresponde.
En el lenguaje escrito el doble sentido sólo se nota cuando las palabras se ponen entre comillas; así es como encontramos entre estos signos que se anuncia: “renunció” el jefe de la policía o se retira por “motivos de salud”, por “motivos familiares,” etc. Como quiera, las palabras son más filosas que una daga, y más cuando se nota la intención oculta de regañar a uno para llamarle la atención a otro.
La indirecta, recurso eterno del mexicano. La indirecta bien aplicada como cuando el ama de casa protesta porque nadie le ayuda con el quehacer y mira con coraje que todos sus hijos, hijas, yernos y nueras, hacen vida de hotel y nadie mueve un dedito para hacer el aseo, la comida, el lavado de trastes, los mandados, y en voz alta empieza la mujer a regañar a su hija, señalándole cuales son sus obligaciones, diciéndole que es una floja, una mantenida, que se levanta tarde, que qué cree que ella es la sirvienta de la casa; y busca en el viento señalar todos los defectos de su nuera que está también oyendo y poniéndose el saco porque...
“A ti te lo digo, m’hija; y entiéndelo tú, mi nuera...”
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