Hay personas que han trabajado toda su vida y un día llegan hasta a desear tener un accidente que los obligue a guardar cama, para por fin descansar... Una vez que les cae la enfermedad o el hueso quebrado, tras descansar cuatro días les gana la desesperación y descubren que no hay mayor dicha que la salud y el trabajo.
Claro, hay algunas excepciones; aquellos que se enferman como un pretexto para no trabajar. Los que se hacen los enfermos y se la pasan, como decía mi abuelita: “Ay, ay, ay, y comiéndose lo que hay...”
No hay mejor remedio para los simuladores que recetarles un buen aceite de ricino o unas dolorosas inyecciones; ante tal amenaza, se curarán milagrosamente y tendrán que irse a hacerle la lucha a “la gordita”.
Por eso, nuestros abuelos hacían una diaria observación del encamado; y sin dejar un lugar a duda en su sabio dictamen, sentenciaban con un refrán:
“Enfermo que come y mea, el diablo que se lo crea...”
La flojera ha sido tema de muchos dichos populares, recordemos aquél que le aplicaban a aquella esposa perezosa que barre nomás donde ve la suegra; . Es una reflexión, es como una amenaza:
“La mujer floja y puerca, lleva al viejo a la otra puerta...”
“El flojo trabaja doble...”
“No es pecado ser pobre sino ser pobre y flojo...”
“Tu pereza es tan lenta, que la pobreza te alcanza...”
Los flojos se defienden con otros refranes y contestan: “Si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos...”
O aquello también que reza: “Si el trabajo fuera negocio, ya lo hubieran acaparado los ricos...”
Total, que el ingenio popular encuentra palabras y razones que en todo acomodan según sus conveniencias. Y usted, amigo, también desearía descansar sabroso? Espere a que se muera; entonces le espera el descanso eterno... Mientras tanto, no hay más que dos sopas; y la de fideo, ya se acabó...
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