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BENITO GARCÍA SÁNCHEZ

En este espacio de leyendas, nos unimos al espíritu de las Fiestas del Centenario de la Revolución Mexicana y el Bicentenario de la Independencia de México publicando algunas leyendas históricas que esperamos, disfruten nuestros lectores de todos los países que siguen nuestro Norestense

Con un saludo muy especial para Lampazos de Naranjo, Nuevo León, México, tierra heroica que muchos generales dio a las causas de la Independencia, contra las guerras de invasión francesa y norteamericana, así como la Revolución.

Corría el año de 1913, cuando el vendaval de la Revolución llegó a Lampazos de Naranjo. Doscientos soldados estaban acampados en el pueblo al mando del mayor Nemesio Chávez y las fuerzas rebeldes de Pablo González, tras la toma de Villaldama, con quinientos guerrilleros amagaban atacar este poblado. Ante tal amenaza, se le dio el nombramiento de Coronel al ingeniero Francisco Naranjo para que enlistara entre los vecinos del lugar un cuerpo de voluntarios para defender el pueblo. Muchos lampacenses se anotaron en la infantería pero, entre vecinos y efectivos de la gendarmería del Contra-resguardo Aduanal, se formó también un cuerpo de caballería con los mas hábiles jinetes. Y ahí, sobre su caballo, estaba Benito García Sánchez.

Los voluntarios Lampacenses llamados la Defensa Social, como civiles que eran, no tenían ninguna formación militar; pero la necesidad de defender a sus familias de la tragedia que se acercaba, los convertía en verdaderos leones. El enemigo, cualquiera que fuera, conocería el valor y furia de un hombre cuando defiende su casa.

Así las cosas, los revolucionarios avanzaron aquel 18 de marzo, seguros de su armamento y superioridad numérica; y desde el sur y la estación, las descargas de fusilería y metralla inauguraron el bautizo de fuego que confirmó una vez más el valor de los hombres de esta tierra que se batieron con tal decisión y fiereza, que durante dos días de combate hicieron fracasar todas las cargas del enemigo. Sorprendidos ante el arrojo y efectividad de los defensores, los invasores se retiraron en un repliegue táctico para preparar un ataque más digno de tan soberbio contrincante. En el pueblo, estalló el júbilo ante la victoria.

Los siguientes días fueron de nerviosismo para las familias; de preparar barricadas, parapetos y trincheras por toda la población; y mientras el viento cantaba las pasadas glorias bélicas de este pueblo, los hombres recibían instrucción en el arte de la guerra. En esos días, Fortunato Zuazua y sus rebeldes, buscaron entrevistar a los jefes defensores para pedir la rendición y evitar todo el sufrimiento que vendría con el nuevo ataque; pero los lampacenses se negaron a entregar el poblado sin pelear.

La hora trágica llegó. Al amanecer del 28 de marzo, el sol asomó sobre la Iguana y descubrió a Lampazos entero convertido en una sola trinchera. Los altos de las casas y sus calles se erizaban de bayonetas y fusiles. Mientras los jinetes del pueblo esperaban la orden para cargar a fuego y sable contra el enemigo, los infantes esperaban con pulso firme parapetados en techos y barricadas para refrendar una vez más el destino heroico de Lampazos de Naranjo. La moneda giraba ya en el aire.

Los revolucionarios avanzaron otra vez por el sur y la estación. Al estruendo de la batalla, las calles se fueron sembrando de cadáveres y heridos de uno y otro bando. Los defensores no pedían ni concedían piedad, pues por sus venas corrían aún caliente e impetuosa la herencia de sus padres y abuelos que enfrentaron la historia del país en todas las guerras. Se peleaba casa por casa, esquina por esquina. A cada trecho que conquistaba el enemigo, infantes y jinetes se replegaban a los siguientes techos y barricadas.

Rosendo Garza, a la postre secretario de la Gendarmería Fiscal, obcecado y bravío peleaba en la infantería; pero su punto defensivo estaba ya por caer y sus compañeros uno a uno se habían ido retirando. Sólo él quedaba en la barricada y Benito García llegó para gritarle:

_ ¡Ándale, Rosendo...! ¡Que vamos a cubrir la siguiente tapia! ¡Aquí ya no hay nada qué hacer...!

Benito se adelantó un tramo, pero al volver la vista atrás, vio que Rosendo seguía defendiendo la trinchera que ya no resistiría un minuto más de ataque. Giró su cabalgadura y bajo la lluvia de plomo, pasó como centella cargando en ancas al bravo combatiente, arrancándolo de las garras de la muerte. En esa batalla, todo era valor y heroísmo. Había que salvar la vida para continuar el combate dos cuadras más delante.

Las horas pasaron, la noche llegó y transcurrió sin un minuto de descanso para los combatientes. El sol salió y la pelea iba atravesando el pueblo. Por la tarde de ese día 29, llegó por la calle Juan Ignacio Ramón y las calles del barrio de La Ermita se sacudían por el fragor de la batalla. En un zafarrancho de caballería, Juan Francisco García voló por los aires al rodar su caballo con una herida mortal. Benito vio a su hermano batirse a pie con sólo pistola en mano; y abriéndose paso a punta de sable entre los combatientes, caracoleó en círculos su caballo, cubrió al jinete en desgracia y lo cargó en ancas para sacarlo a galope tendido de una situación desventajosa que habría sido una muerte segura. El rescatado, siguió la lucha entre la infantería.

Así, todo fue pelear a brazo partido, defendiendo día y noche cada palmo de terreno; pero al obscurecer del día siguiente y después de cuarenta horas de furia, los defensores se replegaron hacia el monte dejando atrás el pueblo humeante; sin embargo, tendidos por las calles, también quedaron 85 enemigos. El Invasor agotado por la larga lucha, ya no los siguió. La conquista se había consumado, pero si cayó Lampazos: ¡nadie diga nunca que fue por falta de hombres...!

Tres meses después, los revolucionarios fueron desalojados por otra fuerza superior y los civiles regresaron a tratar de reconstruir sus hogares y continuar la vida. Aquella jornada trágica fue recordada muchos años por el pueblo; pero olvidando que la historia la hacen los pueblos y no unos cuantos hombres, los libros sólo hablan de los jefes de alta graduación. Sin embargo, los ancianos todavía recuerdan a sus muertos y cuentan a las nuevas generaciones los recuerdos de un pasado de gloria y sufrimiento que templaron al lampacense de viejo cuño.

Y Rosendo Garza, en sus momentos de nostalgia, narraba esta epopeya al entonces joven Juan Francisco García Castañeda; y recreando en su memoria a los centauros bizarros con el sable al viento, terminaba así sus remembranzas:

_..."Y ahí, sobre su caballo, estaba tu padre: Benito García Sánchez."

TESTIMONIOS:

_ "En 1916, tenía yo 7 años de edad y salía a vender gorditas de frijoles y papa, cochinitos de pan y otros panecitos que hacía mi abuela doña Virginia Ortiz. Costaban dos centavos. Con eso nos ayudábamos a vivir.

Los solda'os 'taban encuartela'os en los dos cuartos que tenía la Ermita y en carpas. Y a veces, en vez de los dos centavitos, me daban un golpe o una patada."

"Yo, pos' como 'staba chiquío', bajaba llorando por la calle de la Ermita y si me v'ia un sargento o un oficial, me preguntaba: _"¿Porqué lloras?" Yo le daba la queja y me llevaba de la mano a que le señalara al solda'o que me había quita'o las gorditas y pega'o.

Al pobre solda'o le iba peor. ¡Les daban unas garrotizas...!"

"Eran tiempos muy duros... La gente sufría mucho..."

Don Antonio Pérez Castellón.
Lampacense nacido en 1909

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