Existen varios santos muy populares, pero no reconocidos por la Iglesia; como es el caso del Niño Fidencio, la Santa Muerte, Jesús Malverde o la Santa Teresa de Cabora, cuyos cultos de alcance regional, ha ido pasando poco a poco a lejanas tierras.
Como un encuentro con las tradiciones vivas, hoy presentamos:
EL CULTO A JUAN SOLDADO
La verdadera vida de Juan Soldado, el santo de los pobres, de los braceros, de los espaldas mojadas; el santo de los narcotraficantes, en realidad nadie la sabe contar. Su origen está en Tijuana, Baja California Norte, y su fama y culto se extendió por todo el noroeste de México, sobre todo, en las fronteras.
Cuenta la tradición oral que en el año de 1938, en la ciudad de Tijuana, una niña fue violada y asesinada por un miembro del ejército, quien abusando de su rango y para protegerse, culpó a un pobre soldado raso, de nombre, Juan Castillo Morales.
Nunca se supo el nombre del verdadero culpable; pero se sospechaba de un oficial que protegido por sus grados, jamás pagaría por lo que hizo. Mas se dice también, que se presentó una oportunidad de oro para resolver el caso, pues la esposa del soldado llamado Juan, ofuscada y enojada con él por otras cuestiones, se unió a sus acusadores y declaró en su contra; sin pensar hasta donde la llevaría aquella venganza.
El asunto es que sin juicio ni posibilidades de defensa, fue conducido al panteón de Puerta Blanca, y ahí se le aplicó la “ley fuga”, que consistía en aparentar el intento de escape de un preso, para asesinarlo. De este modo, junto a la tapia de aquél camposanto, cayó el cuerpo de Juan con varias heridas manando ríos de sangre por donde se le escapó la vida y así fue como murió aquel joven, para dar inicio a esta leyenda.
Familiares y amigos, que habían atestiguado la vida limpia de aquél pobre hombre, sabían que él no había sido capaz de cometer aquella canallada; y en protesta callada, su entierro se acompañó de cientos de personas que conmovidas, cubrieron de flores la tumba de Juan, y durante muchos días y noches, nunca faltaron las veladoras al pie de su sepulcro.
Tal vez el remordimiento de aquella sociedad que fue incapaz de levantar la voz para defender a Juan, provocó que gran parte de la población lo creyera un mártir, por lo cual empezó a manifestarse un fervor que hacía que la gente pobre se encomendara a Juan Soldado, que era ahora un protector de los desamparados que padecían sobre sus vidas el azote de la injusticia.
Sobre su tumba, se construyó un pequeño cuarto que fueron haciendo crecer a manera de capilla; y se fue poblando de retablos, milagros, trocitos de tela y fotos de los que agradecían la ayuda de Juan Soldado en casos de pena y de enfermedad. Se puso un busto de yeso, supuesta imagen del santo, y una alcancía para que con las ofrendas se pudiera mantener aquel pequeño templo.
El culto a Juan Soldado se extendió a los indocumentados que se amontonan en las fronteras en espera de pasar al otro lado, indigentes y parias que a diario luchan por conseguir el pan de cada día, y hasta los narcotraficantes, quienes también lo veneran como un protector de su seguridad personal y sus oscuros negocios.
Hasta la fecha, la capilla permanece allí en el panteón de Puerta Blanca, poblado de flores, velas, veladoras, peticiones y agradecimientos para un santo del pueblo; y hasta las tierras más lejanas del sur y el norte, se sigue difundiendo el culto al santo de las fronteras; el culto a Juan Soldado.
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