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LA MUERTE DE JULIA MARTINEZ

Era una tarde invernal de 1950. En una casa de Estación Rodríguez de Anahuac, N. L., se vivían intensos momentos de un conflicto que parecía el preludio de una inminente tragedia.

_ ¡Te he dicho mil veces que tu papá no quiere verte acompañada de Paco! ¿Es que nunca vas a entender?

_ ¡Simón no es mi padre y no tiene derecho...! ¿Es que quieren atar mi vida? Sépalo de una vez: ¡Paco y yo nos vamos a casar!

Como avisadas por instinto, las mujeres voltearon a la puerta y descubrieron a Simón con el rostro descompuesto por una cólera incontrolable.

_ ¡Te oí, Julia....! ¿Y sábete que no te vas a salir con la tuya! ¡Ese infeliz no volverá a verte!

_ ¡Pues aunque no quieran me casaré con Paco! ¡Y de una vez por todas, quiero que sepan que ya estoy esperando un hijo de él!

Simón se abalanzó sobre Julia Martínez y empezó a golpearla sin piedad alguna. Su madre intentó defenderla, pero un manotazo en el rostro la hizo desistir. Julia cayó de rodillas bajo la lluvia de golpes, y se dobló hasta el suelo donde varios puntapiés machacaron su endeble humanidad. Por fin, aún colérico y jadeante, Simón terminó la golpiza y le prohibió a su mujer que se acercara a dar auxilio a la muchacha.

Y Julia quedó tirada en el suelo, sangrante, y dolida en el alma al comprobar que estaba sola en la existencia. En el naufragio de su vida, la única tabla de salvación que le quedaba, era Paco. Su novio representaba lo único bueno que había llegado a su vivir pobre y maltratada. Desde ese momento, un solo pensamiento ocupó su mente: Se fugaría con Paco muy lejos de Rodríguez. Su hijo llevaría una vida diferente.

Algunos días pasaron desde aquellos hechos. Simón vigilaba a la muchacha sospechando sus intenciones; hasta que una noche en que estuvo con el oído presto hasta altas horas, se dio cuenta que Julia escapaba por el patio.

“¡Julia…!” -gritó iracundo. Pero aquel grito pareció dar alas a los pequeños pies fugitivos; y Julia corrió y corrió a la conquista de un mañana diferente a todo lo que hasta entonces había vivido.

Simón había perdido tiempo en ponerse los zapatos y parecía que Julia ya no sería alcanzada; pero, poco a poco, la distancia se acortaba en forma desesperante mientras el tren nocturno se acercaba, dando con su estruendo un toque de histeria al momento aquél en que toda cordura se había perdido. Al llegar a los rieles, para ganarle el paso al tren, la joven dio un largo y grácil salto, que la llevó a una inusitada puerta de escape; un escape definitivo que la rescató de una vida en la que se le había negado el derecho a buscar la felicidad. Las estrellas contemplaron conmovidas el final de aquel drama y la noche lloró silenciosas lágrimas de rocío, mientras el tren se alejaba del vértice fatal lanzando al viento un aullido ronco y triste.

Simón se paró a lo lejos y, creyendo que Julia había cruzado las vías, regresó derrotado, cabizbajo y triste. Contó a su mujer que no la había podido alcanzar y lloraron juntos el desenlace al que los llevó su ofuscación y su autoridad mal entendida. No sabían que la fatalidad les tenía preparado un golpe mayor: Antes del amanecer, un demudado y pálido vecino les avisó que Julia había sido encontrada sobre la vía del tren, completamente destrozada.

Y cuentan los vecinos de la estación que, desde aquellos días, cada invierno, en el lugar del accidente se escuchan por la noche gritos desesperados de una mujer en fuga y el llanto de un niño, que parece preguntar al viento porqué no lo dejaron al menos…

Conocer la vida...

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