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EL FANTASMA DE LOS PUENTES CUATES

Don Juan Ramón está lleno de recuerdos y ha sido testigo de cuanto ha cambiado en el paisaje en Anáhuac; N. L. Ha explorado la región cercana a antigua hacienda de La Laja y nos cuenta que en unas lomas cercanas a La Catorce, por un cañoncito, había una cueva cuya entrada estaba a la vista de quien pasara por ahí. Asomando por la boca de aquella cueva se podían ver al fondo algunos costales amontonados unos sobre otros, de lo que parecía ser un tesoro; y aunque varios fueron testigos de esto, al fin gente sencilla, nunca se atrevieron a entrar.

Con el correr del tiempo, la boca de la cueva se fue llenando de la tierra que escurría con las lluvias, hasta que llegó a cubrirse totalmente. Pero el lugar ahí quedó, dando voces, avisando a su manera, de lo que guarda en sus entrañas. Y así, por las noches, los que casualmente pasan por ese sitio, han observado que se levanta una gran llamarada como señal inequívoca de que esta historia es verdadera. Hoy, como una de nuestras fuentes de información, don Ramón nos ha traído otra historia:

EL FANTASMA DE LOS PUENTES CUATES

Hace muchos, muchos años, por los lugares cercanos a las secciones Veinticuatro y Catorce, había mucha gente viviendo en sus parcelas donde se sembraba el preciado algodón. Unos eran colonos, otros eran peones, pero todos vivían por aquellos campos.

Froilán Robles, persona muy conocida que radica en la colonia Obrera, vivió muchos años por aquellos lugares ocupado en los cultivos. Cuenta que un amigo suyo que vivía solitario, acostumbraba ir por las noches a buscar plática con amigos que tenía en la sección Veintiocho.

Una noche, iba de regreso a su jacal y en aquel camino, tenía que cruzar por el canal general, por un punto donde había dos puentes casi pegados uno al otro, por lo que los llamaban los Puentes Cuates, estos se encuentran todavía aguas arriba del puente El Coyote.

Poco antes de llegar al lugar, su caballo empezó a inquietarse, y se negó a seguir para cruzar por el puente. El jinete vio entonces que a medio cruce estaba una figura alta y negra, y entendió que era aquella extraña presencia lo que asustaba a la bestia; así que fustigó al caballo y al empezar a dar los primeros pasos, la figura se fue encogiendo hasta convertirse en algo como una sombra pegada al piso. Luego, se desvaneció en el aire.

El caballo, muy nervioso, cruzó por el lugar; y apenas pasó el puente, emprendió incontrolable galope hasta que llegaron al rancho.

Días después, el protagonista de esta aventura decidió ir una noche a buscar aquel espectro; y armado de un garrote, llegó hasta los Puentes Cuates y se paró a la orilla para, a gritos, retar al aparecido para que se presentara. Y así fue, no tuvo que esperar mucho. De pronto, la figura alta y negra ya estaba ahí, sólo que se fue encogiendo hasta una baja estatura y quedó allí, en actitud de callada burla. El muchacho no se dejó intimidar y se acercó con el garrote en alto; dispuesto a enfrentarlo para que no se volviera nunca más a presentar.

Al avanzar, extrañamente la sombra retrocedió, pero nuestro hombre empezó a seguirla lanzándole de garrotazos que daban en la nada, pues el aparecido daba saltos de varios metros de altura, se desplazaba hacia atrás y a los lados rápidamente, y no era posible alcanzarla con un buen golpe. Y la persecución continuó, hasta que aquella entelequia huidiza se desvaneció en un mogote de pasto.

Los días pasaron hasta que, una noche, cuando aquel valiente ranchero estaba ya acostado, sintió una pesada presencia a sus pies. Una voz ronca retumbó sonora en el cuarto. El ente le dirigió unas palabras, diciéndole burlona pero macabramente: _”Tira esas cagarrutas de cabra que están en la cabecera de tu cama...” La voz se refería a un rosario que acostumbraba colgar en uno de los postes de su cabecera.

El muchacho se levantó enojado en busca del garrote, pero la voz ya no se escuchó más. Comprendió que el aparecido de los Puentes Cuates se había atrevido a seguirlo hasta su casa y se prepararía para recibirlo a palos cuantas veces se parara por allí; sin embargo, ni en su casa ni por el paso de los puentes, aquella siniestra sombra volvió a presentarse.

***

Dice don Froilán Robles – otra de las fuentes para estas historias-, que ésta no es mas que una de tantas leyendas que se cuentan de aquellos lugares, pues por allí se observan muchas cosas extrañas: por las noches, en los montes se ven fuegos que de pronto se levantan y se bajan hasta desaparecer sin explicación alguna, así como la aparición de bultos negros. También se oyen ruidos de pasos, arrastrar de cadenas, cascos de caballos, y se han visto montoncitos de brasas que de pronto aparecen entre los mezquitales.

Hoy, aquellos lugares en otro tiempo habitados por cientos de campesinos, lucen desiertos y descuidados, llenos de maleza y ruinas de lo que fueron hogares campesinos. La gente se fue junto con el algodón y sólo quedan los recuerdos y las historias como esta, que hasta nuestros días, los viejos comparten con los niños de las nuevas generaciones.

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