Lampazos de Naranjo, Nuevo León. Desde principios de 1900, el barrio del Ojito se convirtió en lugar de miedo porque múltiples manifestaciones sobrenaturales se suscitaron por sus callejones: Sombras humanoides seguían a los noctámbulos que regresaban de un rato de recreo con las pupilas de Petra González, alegre matrona famosa por sus casas "Non Sanctas" tanto en Lampazos como en Estación Rodríguez. Voces que parecían rozar el oído en caricia macabra, así como tétricos ruidos de fierros y rastreo de pies espantaban a transeúntes y borrachines. Los viejos lampacenses decían saber la razón de tales fenómenos y contaban una interesante historia:
EL TESORO DEL CURA GARCÍA
Según memorias del pueblo, en el siglo pasado, en la esquina de lo que hoy son las calles de Mina y Allende, había una casa propiedad en aquel tiempo de don Santiago González Anaya. Dicho inmueble fue prestado al padre García, párroco de gran carisma que supo mover voluntades y recibía generosos donativos, diezmos y ofrendas. Fue tanto lo que captaba, que las colectas superaban las necesidades, así que decidió guardar los excedentes enterrando gran cantidad de monedas de plata y oro por algún lugar del predio aquél. Pero el cura García fue removido a otras tierras y la muerte lo sorprendió antes de volver por el depósito secreto, quedando el dinero perdido para siempre. Desde entonces, nació la leyenda y los espíritus rondarían por el lugar hasta que el tesoro fuera rescatado.
Dentro de esta trama, el humor popular dio lugar a una truculencia: María de la Luz Ortiz -señorita y soltera hasta el día de su muerte-, contaba que su hermano Rafael fue aterrorizado por blanco espantajo que desde un árbol del anacual, por las cercanías al Puente Colorado, lo llamó con voz cavernosa. Como "el miedo no anda en burro", salió como chiflido y llegó ahogado de pánico hasta la casa de su hermana. Ella lo consoló, lo curó de susto y parecía que lo demás ya sería olvido.
"Gallina que come huevo, aunque le quemen el pico..." Pocos días duró el susto y, pensando que una pistola es más efectiva para librarnos de todo mal, el alegre parrandero volvió con La Petra y sus muchachas. Ya pasada la media noche, se llegó a la cantina "El Fogonazo" a rematar la ronda. Ya bien alumbrado, se arriscó las alas del sombrero y salió decidido a pasar otra vez por la calle del espanto.
Todo sucedió tal como lo esperaba. Al pasar por el anacual, oyó la voz profunda e inhumana que arrastraba las letras de su nombre:
_¡Rafaeeel...! ¡Rafaeeel...!
Con los cabellos erizados de miedo bajo el sombrero, pero decidido a enfrentar de una vez por todas al ser de ultratumba, Rafael se acercó al espectro que se mecía tenebroso entre las ramas del árbol. Lo encaró con un grito y un balazo al aire y lo conminó a identificar el mundo al que pertenecía. El fantasma bajó al suelo despacio y se acercó macabro y lento al valiente. Súbitamente una blanca sábana cayó y se dio una inesperada revelación que don Vidal García Canales registró en verso singular:
"¡No me mates...!
¡Te lo pido por favor!
Soy del mundo de los vivos
y te pido compasión
pa' seguir en este mundo
de engañoso y hablador..."
Y el "espanto", espantado, corrió "como ánima que lleva el Diablo" al imaginarse con un plomo entre las costillas, y ya ni de la sábana se acordó.
Después de este sainete, el misterio de la casa de don Santiago González siguió generando historias entre la población. Don Jesús, un alcalde de los años treinta, hizo frente a la casa de esta leyenda, una zanja de un metro de ancho, tres de hondo y treinta de largo por toda la orilla de la acera. El pueblo suspicaz, murmuraba que en vez de obra pública buscaba otra cosa -¡ah, qué gente tan desconfiada...!-. Y así, a lo largo de muchos años, varios pozos y hoyancos fueron apareciendo por cuartos, patios y paredes -¡ah, raza...!-; pero eso sí, sin encontrar nada.
Corría el año de 1970, cuando se dio el desenlace súbito de esta historia. Se hacían las obras de la carretera a Colombia y, al arrancar de cuajo una vieja anacua por los linderos de la casa ya en ruinas, el brillo de unas monedas hizo que se detuviera la máquina. En el lugar quedó un gran jarrón quebrado y tres trabajadores desaparecieron del pueblo para jamás volver. Con el dinero, se fueron también las entelequias que asustaron por el sector, terminando para siempre una época que muchas historias dejó a las tradiciones del pueblo.
Hoy, todo es ruina y olvido por los alrededores del Ojito. La casa de este relato es ya sólo un promontorio sobre un lote baldío donde los restos de las paredes suspiran en silencio por los tiempos idos. También La Petra y sus pupilas se fueron dejando en los muros derruidos los ecos de sus risas. En fin, todo lo humano es perecedero y sólo las piedras permanecen inmunes a la acción del tiempo; pero por generaciones, este relato ha sobrevivido y los lampacenses siguen contando a los niños, la leyenda de…
El Tesoro del cura García…
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