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LA LEYENDA DEL RIO SALADO

Algunas noches, Doña Virginia y su familia despiertan con gran sobresalto pues, a veces, escuchan un ruido metálico, como de un caudal de monedas que se vacía por la chimenea. Acuden asustados a la cocina para ver entre las cenizas; pero nunca encuentran algo que explique aquellos sonidos. Doña Petra también se levanta porque, por las madrugadas, escucha el estruendo de una numerosa manada de caballos que cruza a todo galope por el traspatio. Don Rogelio abrió una fosa para una letrina y encontró el esqueleto de un soldado.

Cosas muy extrañas suceden en las casas que están por la orilla norte del río Salado, a la altura de la estación Rodríguez y el viejo camino a Lampazos. Los niños y los jóvenes preguntan el porqué de tan raras manifestaciones, y los viejos del lugar los reúnen después de la cena para contar a las nuevas generaciones un interesante relato:

La Leyenda del Rio Salado

Eran más de treinta guerrilleros revolucionarios que tenían como misión, cruzar el río Bravo para comprar al otro lado de la frontera armas y municiones para las fuerzas villistas. Para tal efecto, llevaban dos pesadas cajas de monedas de oro, de las llamadas centenarios. Al cruzar por las cercanías de Bustamante, fueron descubiertos por soldados del Gobierno Federal y, ante la imposibilidad de enfrentarlos porque los superaban en número, los revolucionarios azuzaron a sus caballos en retirada para tratar de alcanzar la frontera a marchas forzadas. De tramo en tramo, dejaban a dos o tres tiradores para que enfrentaran y distrajeran al enemigo mientras la columna principal ganaba terreno.

Cuando llegaron a la orilla del río Salado, se dieron cuenta que serían alcanzados irremisiblemente, y ya no tenían escapatoria. Entonces, al cruzar la estación Rodríguez, el Comandante ordenó a dos de sus hombres que escondieran el dinero, los cuales se desviaron para ocultarlo bajo tierra, subiendo por alguno de los derramaderos cercanos. Cumplida la orden, regresaron con sus compañeros quienes ya habían liberado sus cabalgaduras y se aprestaban a recibir a los federales que estaban tomando posiciones en terrenos de la estación. Se entabló entonces un feroz combate que, sin embargo, no pudo detener el avance de los solados y tuvieron que llegar al desesperado recurso de la lucha cuerpo a cuerpo. La columna guerrillera fue completamente aniquilada y se dice que sólo dos lograron llegar al río Bravo; pero muy mal heridos.

Así, en algún lugar del Salado, frente a la vieja estación y el antiguo camino a Lampazos, quedaron olvidadas dos cajas de centenarios para dar inicio a una leyenda que ha pasado de boca en boca entre la gente de esta tierra.

Cuenta don Pancho Ramírez que hace algunos años, conoció a dos hombres que, de algún lugar desconocido, llegaron a Anáhuac a confirmar la leyenda. Eran dos ancianos que conoció paseando en silencio por las inmediaciones del puente del ferrocarril; como buscando algo perdido en el paisaje. Le platicaron como habían escapado de morir en combate en ese lugar, en los tiempos lejanos de la Revolución. Ellos habían enterrado dos cajas llenas de monedas de oro; pero no pudieron salvar más que la vida. Llegaron a Texas heridos, pasaron unos meses en recuperación, y volvieron a la pelea hasta el fin de la Revolución. El tiempo los volvió a reunir y, sesenta años después, volvieron al lugar de la batalla, para buscar desde su recuerdo el punto exacto donde enterraron el oro.

Ahora sólo el río y la vieja estación eran los mismos que los vieron pasar por aquellos años. Todo lo demás era irreconocible: la topografía del cauce ya no era la misma; el antiguo puente del ferrocarril, de gruesos pilotes de pino, había sido cambiado por uno de acero y concreto; el viejo camino de Lampazos yacía olvidado, pues a un lado se levantaba un orgulloso puente para los modernos vehículos y frente a ellos, al lado norte del río, se alzaba una gran población que antes no existía: Ciudad Anáhuac.

Por todo esto, las imágenes ya no correspondían a los recuerdos; era ya imposible reconocer el lugar donde quedó el dinero, Los viejos combatientes, con paso achacoso volvieron a desaparecer su melancólica figura, para perderse otra vez tan misteriosamente como habían llegado. Se fueron silenciosos y tristes, quizás comprendiendo que ya su vida se había convertido en leyenda y que, tal vez, ya eran ellos mismos fantasmas del pasado.

Hoy, el río sigue en silencio su largo camino al mar; ajeno a la presencia de los pastores y pescadores que ya forman parte de su paisaje. Indiferente también a los buscadores de tesoros que con modernos aparatos o la sola inspiración, buscan llenos de codicia o esperanza las cajas perdidas. Mientras tanto, el misterio perdura y se pasea entre sauces y jarales, susurrando en el viento historias de fantasmas que aún cabalgan en retirada o pelean desesperados el último combate.

Y así, cuando la noche tiende su manto azul y lleno de estrellas sobre el limpio cielo de Anáhuac, las familias de la rivera se reúnen en torno al abuelo, que frente al fuego, repasa una vez más el relato que seguirá pasando de generación en generación: La leyenda del tesoro del río Salado.

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