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LA MODA

Recuerdo aquellos años cuando la mujer usaba rebozo para cubrir su cabeza. Las de clase media usaban el chal, pieza parecida en forma y uso pero generalmente de fino encaje. Las ricas procuraban el chal importado de filipinas y le llamaban el mantón de Manila. Estas prendas eran indispensables para la mujer como el sombrero para el hombre que -si era pobre-, la guaripa o sombrero de palma, si era de clase media, el sombrero de piel; los ricos usaban el sombrero importado de marca “Tardán” o el sombrero de Panamá. A veces un sombrero o un mantón eran tan finos que se podían pasar de padres a hijos, pues se cuidaban mucho. El sombrero se quitaba al entrar a una iglesia y el rebozo o el chal eran indispensables para poder entrar.

La falda en las mujeres llegaba hasta el tobillo, y para la mentalidad del Siglo XIX, era ya un atrevimiento enseñar el huesito “chanchaquero”; pero a principios del Siglo XX, el tobillo era ya mostrado aunque tapado por medias no transparentes o “de popotillo”, y sólo las pobres que ni a zapato llegaban acostumbraban enseñarlo. A los años treintas, la influencia del cine y la moda norteamericana ya habían penetrado las costumbres; los vestidos y faldas se usaban a medio chamorro y con unas delicadas medias trasparentes. En los años cincuentas la falda llegó hasta la base de la rodilla. En los años sesentas llegó arriba de la rodilla y en esa década la minifalda –todavía más arriba-, causó escándalo en todas las sociedades.

Las muchachas gustaban de enseñar las piernas y aunque los jóvenes disfrutábamos del espectáculo, los padres de familia pasaban la pena negra con las tendencias vedetistas de sus hijas. Algunos opinaban que “la que no enseña no vende” y era común que las faldas más pequeñas eran las más seguidas y asediadas. Luego llegaron los “hot pants” que consistían en minúsculos shorts acompañados de medias. Pero, bueno, la moda siempre ha tenido tendencias atrevidas y sólo una que otra se atreve y, según su formación familiar, puede irse a los extremos. ¿Ha visto usted un desfile de modas? Se proponen semidesnudos, pero definitivamente sólo las cabras tirarán al monte y las de sentido común se quedarán guardando la cordura.

El escote es una historia aparte. Desde las cortes francesas en el Siglo XVII, las damas gustaron de mostrar parte de los senos y algunas dejaban asomar más de la mitad, dejando medio pezón asomando como un sol tras la montaña. Esta costumbre alcanzó a las cortes españolas tanto en la Península como en sus colonias; y a fines del Siglo XVII y principios del XVIII el mismo Obispo de la Catedral de la Cd. de México, en sus homilías exhortaba a las damas a cubrirse el pecho porque ya las más atrevidas habían llegado a enseñar hasta lo que no... ¡y todo con el fin de acaparar la atención de las miradas masculinas! Cosa curiosa: mientras las faldas subían, el escote también y ya en el Siglo XX era difícil ver senos semi - descubiertos ¡y menos en un templo!

Hoy, en muchas iglesias se sigue batallando con los extremos de la vanidad femenina y se recomienda, no minifaldas, no shorts, sino vestir discretamente; aunque ya pueden entrar hasta el área del altar y con la cabeza descubierta.

La historia se sigue escribiendo. Hoy vemos que la minifalda se convierte en microfalda, que el escote a veces llega hasta el ombligo, y la espalda se muestra completamente desnuda con permiso de los padres y para deleite del sector masculino. Los pantalones han bajado su pretina hasta casi enseñar el pubis. Pero, bueno, las jóvenes no tienen la culpa, es la formación familiar la responsable.

Mientras tanto, las abuelas que en su tiempo se atrevieron a subir la bastilla hasta medio chamorro, hoy se escandalizan y tras las ventanas se persignan y sólo alcanzan a decir: “¡Jesús...! ¿Hasta dónde vamos a llegar...?” ...Esto ni usted ni yo lo sabemos porque la moda sigue caminando y nuestros jóvenes van de la mano con ella.

Usos y desusos. Costumbres que llegaron con los tiempos y con el tiempo se han ido... Recordemos una canción de los años veinte que nos enseñó una bella ancianita lampacense, Doña Chonita, de Horcones. En ella se critica el pelo corto y las faldas a medio chamorro:

“Hay muchachas
caras de hombre
que se visten de rabón
que se suben a las trocas
y se van de vacilón.”

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