En verdad que hay tantos rasgos tan diferentes en los humanos, que es imposible defender que Dios nos hizo a todos iguales; aplicando esto, claro está, en lo físico. Los hay altos y chaparros, prietos, güeros, musculosos, flacos; de cuello largo y de cuello que se pierde entre los hombros; de piernas largas como una garza y piernas cortas como un pato.
La sociedad en general ha dictado las reglas de la belleza física, y esta se ajusta a la raza dominante en el planeta: los altos, rubios y de ojos azules. La vanidad femenina -y también de algunos hombres-, los ha hecho imitar una raza diferente a la suya, y en la lucha por parecer altos, ¡hay qué ver el sacrificio de unos tacones de hasta veinte centímetros! ¡hay que ver los pupilentes azules y verdes! ¡hay que ver los tintes para verse rubios!
Resultado: vemos prietas rubias, y chaparras con un tacón que las eleva hasta el techo. Los cabellos se ondulan, se rizan, se pintan, los rostros se embadurnan con milagrosas cremas que blanquean la piel prieta hasta quedar como tripa lavada. Bueno... es el síndrome de Michael Jackson, el negro blanco...
Aunque cada quien puede hacer de su cubeta una lavadora, yo prefiero a las personas que se aceptan tal como Dios la hizo y no llegan al extremo de tratar de negar hasta la cruz de su parroquia. Se arreglan y buscan mejorar su imagen sin caer en extremos. Total, la belleza es una estación primaveral que se aleja con el verano y desaparece en el invierno de la vida. Pero la belleza interior perdura y se afianza en los años y es ese tipo de hermosura la que debiéramos cuidar.
Mientras tanto: si eres gorda no uses rayas horizontales, te verás peor; si eres de cuello hundido, no uses camisa de cuello paloma, de cuello Mao, ni cuello tortuga. Si eres prieto, no uses ropa negra; si flaco, no uses ropa entallada; si estás panzón, acepta tu barriga que tu dinero te ha costado; además, el que es gordo aunque lo fajen y no se me hace gorda Antonia, sino más bien mal fajada.
Y siempre que veas las novedades exhibidas en los aparadores, recuerda la sabiduría de las abuelas que desde los tiempos de don Porfirio ya aconsejaban;
...De la moda, lo que te acomoda; que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
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