Ciertas temporadas, los municipios están siendo azotados por una epidemia que también se padece a nivel nacional: las campañas políticas.
Candidatos a presidente, senadores, diputados federales, diputados locales y alcaldes, presentan su mejor rostro y sonrisa tratando de agradar a los votantes y bombardean a nuestros pueblos y al país entero con promesas y más promesas. Ya poco importan los programas para convencer al votante; ahora -mal de estos tiempos-, se buscan los rostros más bellos, más mediáticos, más fotogénicos para atrapar la mente y el corazón de los mexicanos educados con criterios difundidos en la Televisión, y poco importa la inteligencia. Un o una candidata de buen ver, tendrá más posibilidades que un político serio y bien intencionado. Hasta se cuenta del candidato aquél que prometió un puente sobre el río, olvidando que estaba en un pueblo del desierto. Uno del público le recordó que allí no había ríos; a lo que el candidato contestó para no perder figura: ¡Eso tampoco es problema...! ¡Les haremos también el río...!
En estos tiempos “el pinto” y “el colorado”, el tirio y el troyano, ofrecen el oro y el moro insuflando de esperanzas al pueblo; esperanzas que renacen a cada período de campaña y empiezan a morir el día de la toma de posesión. De ahí en adelante, día a día se van desinflando los sueños y las esperanzas van muriendo una a una. El candidato que buscaba ansioso tu voto, a partir de que lo visten con los ropajes del Poder, si te vio ya no se acuerda...
Y los viejos del pueblo, que han visto desfilar frente a ellos miles y miles de promesas, nomás sonríen y resumen en un refrán toda la avalancha de discursos y ofrecimientos:
“El prometer no empobrece; el dar es el que aniquila…”
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