Hace poco, ha sido motivo de escándalo internacional que turistas han puesto demandas millonarias contra hoteles de cinco estrellas por haber dormido en habitaciones de lujo, pobladas de chinches del primer mundo; porque esto está sucediendo en hoteles de ciudades de los Estados Unidos.
Sin embargo, antiguamente, las chinches eran igual que las moscas, inquilinos indeseables en casi todos los hogares de México. Eran, son, unos insectos parecidos a las garrapatas pero que vivían en los pliegues del colchón, entre los tejidos del petate, en las hendiduras de las paredes o recovecos entre las maderas o láminas del techo. Me atrevo a decir que en aquél tiempo eran hasta más numerosas que cucarachas y tequescuanes.
Eran insectos muy inteligentes. Cuando apagábamos la luz, empezaban a bajar en filas descendiendo del techo. Si prendíamos el foco para sorprenderlas, al sentir la luz daban vuelta inmediata y en perfecta formación regresaban a sus escondrijos a esperar que sus proveedores de sangre realmente se durmieran.
Bajaban pues, cuando estaban seguras que todo mundo dormía y se esparcían por nuestro cuerpo para clavar sus lancetas y usándolas cual popotes, se hinchaban de nuestra sangre hasta ponerse como bolitas rojas que regresaban a su agujero eructando de contentas. Al despertar, estábamos llenos de manchas y ronchas rojas que nos causaban una fuerte comezón.
Qué tan terribles serían las chinches que ni el gran Pancho Villa las aguantaba. Al caer preso en el penal de Lecumberri, dice la crónica que pidió un bote de petróleo para abrillantar con él el piso y con un trapo le dio una untada también a las cuatro orillas del colchón para que se murieran o de perdido no salieran a chuparlo. Por eso, nuestros padres ponían las patas de la cama -en aquel tiempo, metálicas- sobre tapas o botes de escabeches llenas de petróleo para que no subieran las chinches; y embarraban de petróleo los recovecos del colchón para matarlas. Todo inútil. Las chinches sobrevivían a cualquier ataque.
¿Cómo se acabaron estos parásitos? En los años cincuenta hubo una campaña nacional de fumigación de hogares. Con un insecticida llamado D.D.T., rociaban paredes y muebles, sólo pedían que sacáramos de casa los alimentos y los utensilios de cocina. Año, tras año, la población de chinches se fue reduciendo hasta llegar a nada. Como quiera, la fumigación siguió hasta principio de los sesenta y estos insectos pasaron a la historia junto con el D.D.T. que se prohibió, porque resultó ser un cancerígeno. Un chiste de la época decía: “Si tiene chinches en su casa, no las mate con D.D.T, mátelas con el d – do –T”.
Terminar con ellas, se necesitaban medidas radicales; de ahí el dicho popular que decía: “Para matar a la chinche, hay que quemar el petate”, amén de que a un elemento antipático, aparte de “sangrón” le decían “sangre de chinche”
Usos y desusos; cosas que con el tiempo vinieron, y con el tiempo se fueron.
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