escrita por: Josué Palomares López, de Anáhauc, N.L.
En la época algodonera del Distrito 04 se usó mucha herramienta agrícola de tracción animal como los arados, sembradoras, escardillas, rastras de discos, de picos, swips, catorces, sembradoras de asiento, cultivadoras, arados y discos de asiento, envenenadoras de asiento y de a pie; así como palas, alfanjes, machetes, hachas, bordeadoras, boleas, balancines y carruajes como el guayín y el exprés. En fin, muchos implementos que se podían quebrar o botar y era necesario soldarlos, afilarlos, o hasta fabricarlos. Para eso, existían las fraguas y herrerías. Las fraguas eran para soldar, calzar y afilar rejas de arados u otros implementos. Las herrerías eran para enllantar ruedas y para construir los guayines y expreses.
Los agricultores día con día traían al pueblo sus herramientas para repararlas y debido a esto, desde temprano empezaba el movimiento en fraguas y herrerías. Desde el momento de encender el fuego alimentado con carbón mineral y avivado por un fuelle, era continuo el trabajar de los herreros, calentando los fierros al rojo vivo y tomándolos con tenazas para llevarlos al yunque donde los aplanaban y daban forma a base de golpes de mazo o martillo; cortándolos con la tajadera, calzando y afilando las rejas, swips, etc. Daba gusto oír el golpeteo del mazo y el zumbar del fuelle; ver la fuerza y la destreza de los herreros que paraban la faena ya muy entrada la tarde, y aún sobraba trabajo pues eran demasiadas las cosas que los agricultores traían para que se las arreglaran.
Una de las fraguas famosas fue la de la familia Quiñones, donde trabajaban el padre don Pedro Quiñones y sus hijos Fernando y Pedro Junior que aún viven y José Ángel, ya difunto.
Otra herrería famosa fue la de la familia Espino cuyo padre y fundador fue don Agustín, ya difunto. Ahí se construían expreses y guayines; algunos de los hijos de don Agustín Espino viven aún como son Juan, Chilo, Ernesto, Luis y Jesús.
Hoy todo aquello dejó de ser; pues dejó de usarse toda aquella herramienta ya que todo fue sustituido por modernos y motorizados aparatos y vehículos, amén de que dejó de labrarse la tierra por ser ya incosteable y la falta de agua para el riego. Las bestias se vendieron, las herramientas pasaron a museos o están olvidadas y enmohecidas en algún rincón de los ranchos y son ya sólo recuerdos de aquel próspero pasado. Por las calles del pueblo hasta guayines y expreses han desaparecido.
A los que vivimos aquella época y conocimos en pleno trabajo las fraguas y herrerías nos quedan sólo nuestros recuerdos, que hoy compartimos con los jóvenes de Anáhuac. Vaya un sincero saludo para los miembros de las familias Quiñones y Espino pues ellos y sus mayores tienen ya un lugar entre las memorias de Anáhuac.
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