Hace cincuenta años, las rondas infantiles estaban en pleno uso. Por las calles los niños jugaban, danzaban y cantaban en grupos mixtos con bonitos cantos y movimientos para acompañar el juego. Generalmente, las rondas se daban por las tardes, a la caída del sol; y si los padres lo permitían, el juego seguía por la noche, después de la cena. No eran sólo algunos niños, las rondas las jugábamos todos, era la costumbre de aquellos tiempos.
Se tomaban de las manos para formar una rueda y ponerla a girar en círculo. Una niña estaba fuera de la rueda en movimiento y otra estaba por dentro. Todos cantaban una tonadilla que decía así:
Un domingo por la tarde / iban pasando las monjas / Todas vestidas de negro / Que parecía un entierro.
La niña del centro salía y tomaba de la mano a la que estaba afuera, y la metía. La canción y el movimiento seguía, mientras la niña del centro hacía movimientos de peinar y arreglar a la niña que había entrado.
La metieron para adentro / Limpiándole las orejas / Arreglándole el vestido / Peinándole la cabeza / Anillito de mi dedo / Arete de mis orejas /Arete de mis orejas.
Luego la niña que habían metido empezaba a caminar recorriendo el círculo, con las manos en la cara en actitud de llorar; mientras todos cantaban:
Pobrecita huerfanita / Que no tiene padre y madre / La echaremos a la calle / A llorar su desventura.
La niña salía del círculo; la canción repetía el último párrafo como una tonada triste. El juego terminaba. Ahora otra niña sería la huerfanita y otra la de la casa.
Había otro juego muy popular llamado “Hilitos de Oro”. Los niños se reunían en dos grupos formando dos líneas, una frente a otra, muy juntas. Empezaban a separarse caminando las líneas hacia atrás. Generalmente daban unos ocho pasos atrás y otros ocho adelante, separándose y juntándose cada ocho pasos, mientras cantaban
Hilitos, hilitos de oro / Que se me vienen quebrando / Que manda decir el Rey / Que cuántas hijas tenéis.
Que tenga los que tuviera / Que nada le importa al Rey / Ya me voy desconsolado A darle le queja al Rey.
Vuelva, vuelva, caballero / No sea tan descortés / De las hijas que yo tengo / Escoja la más mujer.
No la quiero por bonita / Ni tampoco por mujer/ Lo que quiero es una rosa / Acabada de nacer.
La danza se repetía hasta hartarse para mejor pasar a otra ronda, otra cancioncilla y otros movimientos. Era un juego de inocencia; pero era emocionante tener por primera vez en nuestra mano, la mano de una niña y viceversa. Casi siempre, la adolescencia hacía que nos fuéramos retirando de aquellos juegos, y pasábamos a otros de más movimiento como “Los encantados” o más violentos, como el “Burro bala” o las luchas, donde ya las niñas no entraban.
Hace treinta años las rondas infantiles fueron entrando en desuso. Cada vez menos niños las iban jugando, hasta llegar a nuestro tiempo en que ya es muy raro escuchar aquellos cantos. Las rondas actualmente son concursos que se dan entre niños de Preescolar y en primer grado de Primaria; pero ya como un esfuerzo oficial por rescatar una tradición que muere con los tiempos.
Las rondas infantiles son ahora ecos, nostalgias del bello vivir en los barrios antiguos. Un estilo de vida, un tiempo, unos cantos con juegos de inocencia que se fueron para nunca más volver.
Y usted... ¿recuerda algunas de las rondas que jugó de niño?
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