Hay dichos que son frecuentes; otros, no lo son tanto. Hay unos de aplicación constante; otros, no creemos que la ocasión se pueda presentar alguna vez en nuestra vida. Este es uno de ellos.
No basta quitar de enfrente los objetos queridos para que se les pueda olvidar; hay qué arrancarlos del alma.
Las personas que uno quiere no se van de nuestra vida con la ausencia simple. Cuando se han arraigado profundamente en nuestra alma, los sentimientos crecen con la el tiempo y la distancia; sobre todo, cuando la ausencia no es voluntaria.
El recuerdo de la tierra, el recuerdo del hogar, de los seres queridos, se convierte en nostalgia, y la nostalgia hace que el sentimiento crezca tan grande como la distancia.
Mi salida por motivos de trabajo de Anáhuac, Nuevo León, no me arrancó automáticamente de todo lo que quiero; especialmente, el contacto con el público de la Radio en nuestro programa de “Tradiciones y costumbres de la región”, un programa pensado para la gente promedio que es la mayoría de la población, programa que sin embargo, arraigó hondo en el pueblo y sobre todo, en los niños.
Añoro por la calle el saludo de la gente que se acostumbró a este programa. Añoro la sonrisa de los pequeños, sus manifestaciones de admiración; y es por ellos que este programa, aún por sobre mi ausencia, no debe morir.
Estoy lejos, pero en estos tiempos de la comunicación rápida, las distancias ya no existen y por vía fax, por teléfono, por Internet, o con el simple subir a un carro para salvar la distancia; seguimos en contacto con el público; porque:
“Las veredas quitarán, pero las querencias, cuando...”
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