¡Qué recuerdos tan amargos dejó en los mayores, un instrumento de “tortura” que no podía faltar en ningún hogar! Era una vasija con un agujero al pie, desde donde salía un tubo de hule y terminaba en una punta llamada cánula, antes llamada bitoque.
A dicho instrumento infame le llamaban “lavativa”. La vasija se llenaba de agua que serviría para hacer lavados intestinales, introduciendo el bitoque en “salva sea la parte”, y levantando bien en alto la vasija con el otro brazo, para que el agua entrara a los intestinos a enjuagar todo el interior.
Lo malo, es que las madres, por consejo de las abuelas, abusaban de la lavativa y la aplicaban a sus hijos casi por cualquier cosa:
Un dolor de estómago: ¡lavativa!
Un cólico en el bajo vientre: ¡lavativa!
Diarrea: ¡lavativa!
Estreñimiento: ¡lavativa!
Irritación por excesivo consumo de chile u otros irritantes: ¡lavativa!
Ya daba miedo quejarse de cualquier padecimiento en el sistema digestivo, porque la lavativa y su terrible bitoque estaban siempre amenazando nuestras vidas.
Hoy, el lavado intestinal sólo se aplica en clínicas y hospitales por muy necesarias y contadas razones. Ya cayó en desuso hasta para el aseo femenino. Actualmente, ya no le llaman por su nombre popular: en vez de bitoque le dicen “cánula”; y en vez de lavativa, le llaman “enema”.
Usos y desusos en la medicina tradicional. Cosas que se fueron con el tiempo. Pero si alguna vez padece de alguno de estos males que hoy tratamos, ¡cuidado...! no se queje con la abuelita; no sea que tenga todavía por allí, guardado este antiguo instrumento malévolo y le aplique una infame...
LAVATIVA...
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