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LAS DOS LECHUZAS

Publicada en “Leyendas del Norte”, Ed. Skiros-Selector

Era el año de 1945. Don Juan Rodríguez tenía aproximadamente treinta años de edad. El hoy plácido bisabuelo, recuerda que partiendo de su ejido El Potrero del Caballo, atravesaba los montes de Galeana por una larga brecha que lo conducía al ejido La Caballada, a unos diez kilómetros de distancia de su casa, por los límites del Sur de Nuevo León y Tamaulipas. La misión era comprar un par de sacos de maíz para la siembra y la jornada tenía que hacerla a temprana hora, pues iría a lomo de caballo; y al regreso, con la bestia ocupada en los costales, tendría que caminar llevando el animal al cabresto.

El día se fue ocupado en varias diligencias; y cumplida la misión, regresaba ya en horas de la noche con la vista fija en la distancia, calculando cuánto le faltaba para llegar al hogar. El cansancio lo atormentaba pero lo consolaba el pensar que en poco más de una hora, se tendería por fin en su cálido lecho.

Era cerca de la media noche cuando, a un lado del camino, escuchó entre la espesura voces femeninas que parecían platicar en una animada charla que de vez en cuando estallaban en alegres carcajadas. Lleno de curiosidad al imaginar mujeres en aquella soledad y a esa hora, con cautela se deslizó agazapado entre matorrales, mientras las voces seguían en perorata constante. Nada veía a su alrededor pero al levantar la vista, invadido por un súbito miedo miró que dos lechuzas, extrañamente luminosas, reposaban en la rama de una anacua; y era de sus picos de donde salían las voces y risas que escuchó. No había duda: ¡se encontraba ante dos brujas!

Ahora estaba en una duda: o se retiraba tan sigilosamente como había llegado, o trataba de enfrentar aquella amenaza pues si lo descubrían, sabe Dios qué intentarían contra él. Tenía un arma, la más efectiva: sabía la oración de Las Doce Verdades del Mundo.

Y empezó santiguándose en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para luego entrar de lleno en las primeras letanías:

Las doce verdades del mundo que son base firme de nuestra santa religión: Primera: De las doce verdades del mundo decimos una: Una es la Santa Casa de Jerusalén donde Jesucristo crucificado vive y reina por siempre jamás, amén... Decid la segunda: La dos, son las Tablas de Moisés donde dejó grabada su Divina Ley… -Y así siguió hasta llegar a Los Doce Apóstoles.

Al empezar la oración, las dos lechuzas quedaron tan quietas, que parecían ya atrapadas; pero ya avanzadas las letanías, cayeron al suelo gimiendo y convulsionando como afectadas de alguna enfermedad. Terminadas Las Doce Verdades, de pronto, se sentaron ya convertidas en un par de mujeres desnudas que, cubriendo con las manos sus partes íntimas, dolorosamente se quejaban ante su captor. Una de ellas le preguntó suplicante:

_ ¿Por qué nos has hecho esto? ¿Es que algún mal has recibido de nosotras? -La otra rogaba: _ ¡Suéltanos! ¡Nada te debemos! Sí, somos brujas; pero somos brujas blancas y ahora veníamos de curar a una mujer de Montemorelos. ¡Nosotras, no somos malas!

_ Si son buenas, ¿qué hacen a estas horas de la noche y porqué se convierten en animales para viajar? -les preguntó desconfiado e inquisidor

Una de ellas le contestó: _ Tú no sabes… No entiendes… Es nuestro conocimiento, es nuestra facultad; pero eso no significa que seamos seres malignos.

Ya con algo de duda abriéndose paso en su interior, don Juan les preguntó:

_ ¿Quiénes son ustedes y dónde viven?
_Mira, mi nombre es Carlota y el de ella es Catarina. Somos del ejido El Tragadero que está en terrenos de Tamaulipas. ¡Suéltanos ya, por favor!

Catarina terció en la conversación y le dijo algo más: _ Óyenos, por favor… Nosotras dos, te invitamos a que nos visites en El Tragadero y serás bienvenido. Somos dos mujeres que, con su trabajo, algún dinero hemos acumulado y te prometemos que serás bien atendido y recompensado; pero ¡déjanos ir porque si la luz del sol nos encuentra aquí tiradas, perderemos la vista y luego la vida! Y nosotras, ¡no te hemos hecho nada…!

Como quiera, don Juan las retuvo entre silencios de duda, preguntas, respuestas, y más silencios; hasta que empezó a sentir compasión por aquellas hechiceras, que después de todo, sólo eran dos mujercitas madres de familia. Ya convencido, empezó a decir Las Doce Verdades al revés, empezando con los doce apóstoles y llegando hasta “el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Las mujeres empezaron a levantarse penosamente, sobando cada una de sus articulaciones adoloridas, mientras le reiteraban su agradecimiento y su invitación al Tragadero. Le aseguraron que nunca olvidarían su deuda con él. Luego, una nube luminosa las envolvió y las elevó cubriéndolas completamente; y de allí, salieron dos lechuzas en vuelo gritando todavía: “¡Muchas gracias, Juan...! ¡Te esperamos en nuestra casa!”.

Un mes después, don Juan, con algo de curiosidad, en un coche exprés se fue a investigar por los alrededores de El Tragadero; y tras preguntar entre vecinos por doña Catarina y Carlota, se encontró con que eran dos personas muy apreciadas en la comunidad por su generosidad, sus dotes curativas y, además, tenían tiendas de abarrotes por la región.

Al fin, se presentó ante ellas y lo recibieron con grandes muestras de afecto como si fueran amigos de toda la vida. Le procuraron alojamiento, lo invitaron a cenar y al otro día le llenaron el coche de despensa, herramientas, y le dieron dinero como un regalo que no podía rechazar. Con esa cantidad, podría comprar algunas vaquillas y borregos. Emprendió contento el regreso al Potrero mientras se juraban amistad eterna.

El punto del encuentro con las dos lechuzas está como a veinte kilómetros de La Caballada, y de esta comunidad hasta El Tragadero, hay cincuenta kilómetros. Las brujas le platicaron que podían cubrir en una noche una distancia de más de cien kilómetros.

No sabemos qué habría hecho usted en el lugar de don Juan: si habría perdonado a las brujas o las habría matado sin atender sus razones. Son decisiones que se dan según el entendimiento de cada quien; pero este encuentro, fue una extraordinaria experiencia que don Juan llevó en su memoria toda la vida; y se la contó a sus hijos, a sus nietos; y nos la cuenta a nosotros, que la contamos a usted como una historia insólita pero verdadera; como una tradición de los descendientes de don Juan Rodríguez y como una leyenda más de estas tierras norestenses.

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