Hay dichos que parecen hablar solamente de la pobreza; pero en realidad, nos enseñan cómo hay maneras de ser felices, aún en las peores condiciones, como aquél dicho popular que reza: “fregados, pero amando…”
Platicaba mi mamá que –allá por los años treinta- , por la calle se encontraba a su comadre Altagracia, mujer muy pobre, que tenía que salir a buscar una planchada o una lavada para poder comer aquél día. Su esposo era un jornalero que no le había podido resolver el problema de el pan nuestro de cada día; y sin embargo, aún por sobre los modestos huaraches y las faldillas rotas, era la sonrisa la imagen constante de aquella buena mujer.
Tenía cinco hijos y más que llegarían. Y se encontraban por la calle, saludando de banqueta a banqueta. La feliz Altagracia se sobaba el abultado vientre ocupado por el próximo sexto hijo, y le gritaba con su eterna sonrisa: _¡Mira, Juana…! ¡Fregados, pero amando…!
La comadre Altagracia tuvo nueve hijos y tenía siempre a flor de labios la palabra humorística y la sonrisa; como aquella tarde que no había encontrado nada, y caminaba rumbo a casa a tratar de calmar el hambre de sus niños con cualquier cosa. Se encontró a mi mamá y le dijo acariciando su vientre por el próximo noveno hijo:
_ Mira, Juana… Con hambre, pero siempre con la panza llena.
Doña Altagracia repasaba sus razones para jamás renegar de la existencia dura donde todo le faltaba, menos amor… Y decía:
_ “Con dos corazones que se quieran, con uno que coma basta”; y no es cierto que “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Yo desde el principio le dije a mi viejo: “Contigo: pan y cebolla”, y no le hace…
Me habría gustado conocer a la señora Altagracia para que con sus dichos me enseñara la sabiduría necesaria para sobrellevar una existencia dura, sin perder jamás la sonrisa. Pero a fin de cuentas, yo creo que el secreto de Altagracia era el amor que jamás faltó en su vida. Pudo quizás haberse casado con un rico que le diera todo lo que necesitara; sin embargo, recordemos aquello que dice que “no sólo de pan vive el hombre”.
Pudo haber recibido una gran casa donde sus hijos tuviera una habitación para cada uno; pero si en medio de la abundancia hubiera faltado el amor, aquel castillo se habría convertido en algo vacío; porque “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.
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