Recuerdo con una mezcla de respeto, pena y reconocimiento a los maestros de antes. Algunos dirán que el maestro es el maestro en cualquier tiempo. Pues no… Porque los tiempos traen cambios y con los tiempos han cambiado las escuelas, los programas, los padres de familia, los niños; y claro está: los maestros.
Para empezar, hace mucho, mucho tiempo, cuando aún se enseñaba latín, al educador se le decía “magíster”; luego, cuando el latín dejó de usarse hasta en la Misa, al “magíster” se le dijo “profesor” Y ser profesor hace cincuenta años o más, significaba la obligación de proyectar constantemente una imagen ejemplar, “respetable” Para eso, en las ciudades, el profesor tenía que usar saco y corbata y muy pocos podían presumir de traje completo. Los que lo lograban, lo usaban hasta que la tela brillaba de tanto replanchado, y se decoloraba y trasparentaba de tanto relavado.
La profesora, era una mujer que estaba bajo una presión social injusta. Para empezar, si se casaba, tenía que dejar de trabajar porque la sociedad se escandalizaba de ver a una profesora embarazada frente a sus hijos. ¡Qué escándalo!, o más bien: ¡cuánta hipocresía social! Pero pues ni modo, así eran los tiempos. A esos prejuicios se debía que muchas educadoras quedaban solteronas; pues si se casaban, automáticamente tenían que renunciar a su trabajo.
El uniforme escolar era también para las profesoras. Y así, la educadora tenía que usar trenzas, o cola de caballo, una vestimenta parecida al uniforme escolar y unas muy estudiantiles calcetas, sin importar su edad. Cuando mucho, había una variación: cuando las vestían con el horrible traje sastre que las hacía más parecer celadoras que maestras.
De la cuestión salarial es otra historia. Había profesores pagados por la Federación, otros pagados por el Estado, otros pagados por el Municipio. Desde ahí, los niveles salariales eran tres. El que menos ganaba, era el profesor municipal. Hay un viejo chiste cruel que decía:
Un asaltante se atravesó en la oscuridad a un hombre que caminaba cabizbajo por la acera. Poniendo un cuchillo en su pecho, le dijo: ¡Esto es un asalto! ¡El dinero, o la vida! El hombre tembloroso le contestó. _Pero… Óiga… Yo soy profesor… -El bandido bajó el cuchillo, sacó unas monedas de su bolsa y poniéndolas en mano del maestro, le dijo: -¡Perdone…! ¡Tenga usted, pobre hombre…!
Cuando debía llegar el tiempo de la Jubilación. ¡Ni soñarlo! A veces, se les daba una miserable cantidad como retiro, o se les asignaba una pensión que no llegaba ni a una cuarta parte de su sueldo. Por eso, por miedo a una vida de más miseria y no por amor al arte, en aquellos tiempos injustos, los maestros trabajaban hasta ser unos verdaderos ancianos. Algunos hasta morían recargados en el escritorio. ¡No quedaba de otra!
Vinieron nuevos gobiernos, un sindicato más representativo y fuerte. Hoy los maestros se retiran con sueldo completo; aunque últimamente hasta eso se les quiere negar.
Y la gente recuerda con nostalgia su infancia y piensa que ¡Aquellos sí eran maestros, no como los de ahora…! Ignorancia pura… Pues sólo los maestros sabían, lo que llevaban en el morral.
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