Cuando era niño, escuché en la radio, en el programa de Cri-Crí, un cuento que trataba de una negra muy pobre, pero que quería heredar a su hijo de perdido un nombre brillante, que lo distinguiera de los demás; y le puso el nombre de un gran general griego llamado Nepaminondas. Y así se llamaba el cuento: “El negrito Nepaminondas.”
Así también en nuestro tiempo, a nuestros hijos les escogemos nombres a partir de nuestras inclinaciones, nuestras tendencias, y los hacemos víctimas de nuestras manías o nuestros sueños. Por ejemplo:
Si somos admiradores de la historia rusa: les ponemos Dimitri, Lenin, Ivan, Ilich, Ivanova, Irina...
Que somos amantes de lo americano: les ponemos nombres rimbombantes como Brandon, Bryan, Kevin, Calvin, Bruce, Milton, Jenny, Kimberly, Emerson, y hasta Matew, en lugar de Mateo
Que somos amantes del México prehispánico: les ponemos Xel Há, Yuriria, Citlali, Ketzali, Xóchitl, Cuauhtémoc, Nezahalcóyotl, Moctezuma...
Si somos amantes de los personajes bíblicos: ¡N’hombre, qué vamos a escoger José, Juan o Magdalena! No... Les vamos a poner Betuel, Azael, Azrael, -tengo un sobrino llamado Enoc Simri-. Cuando pregunté, mi hermano me dijo que estaba en la Biblia, que no era vanidad. Le dije que en la biblia también estaban Amós, Sofonías y Matatías... -Ya no dijo nada…
Muchas madres le ponen al hijo el nombre del personaje de la telenovela de moda; y así, siete años después de aquella onda telenovelera en las escuelas se inscribieron en primero cientos de Isabeles, Oyukis, Esmeraldas, Yesenias, aparte de los cantantes Emmanuel o Yoshio.
Antiguamente, padres, abuelos y hasta bisabuelos que se consideraban de cierto abolengo, se peleaban por ponerle su nombre al recién nacido y así pues, Agustín Lara se llamaba Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón Lara y Aguirre del Pino. En aquel tiempo era común que ostentaran hasta diez nombres.
Otros en el pasado, más modestos, les pusieron nombres de flores como Flor, Margarita, Rosa, Gorgonia, Azalea, Petunia, Dalia, Azucena, Narciso, Jacinto, Nardo...
Otros antiguos, buscaron en el idioma griego y le pusieron Doroteo o su derivado Teodoro, que significan “regalo de Dios”, Pancrasia que significa “todopoderosa”, o Pánfilo que significa “todo amor”, Eugenia, la nacida bonita, la bien nacida…
En mis clases tuve unas alumnas de nombre singular que me preguntaron: _ ¿Qué significa nuestro nombre? Les contesté: Tu eres Xochiquetzali: del náhuatl Xóchitl flor; quetzal: pluma; y alli, diminutivo. Tu nombre es Florecita de pluma. Tu hermana es Citlali Yuritzin: Citlali, del náhuatl, significa estrella y Yuritzin lago rojo, algo así como lago de sangre o lago en el atardecer, del idioma tarasco.
_¿Pero por qué les pusieron esos nombres? –Pregunté.
_A mi papá le gusta todo lo prehispánico y a mi hermano le iba a poner Tlauizcalpantecutli... Nomás que mi mamá ya no lo dejó.
...¿Qué les parece?
No es criticable que los padres le pongan Hiroshima o Sayonara a sus hijas pues total, cada quien sus gustos; pero debemos recordar que más que preocuparnos por el nombre que ha de llevar, lo que debe ocuparnos es la formación de nuestro hijo; afanarnos toda la vida para que sea su educación la que haga de él un hombre distinguido en la sociedad, y no el nombre ampuloso y brillante que le hayamos colgado.
Ya pronto será raro el nombre de Juan, Miguel, María o Ernesto. A como vamos, ya todos se llamarán Johnny, Brian, Johan, Freddy, Tony, Jessy, no importa que se apelliden... Pérez o Godínez.
Nombres extranjeros, males de nuestro tiempo que nos hablan de valores perdidos. Así, tiempo llegará en que se quedarán viendo raro al que se llame simplemente:
Javier...
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