Desde su escrito: “Arcón de los Recuerdos”, Tomás Villarreal Palacios nos lleva en sus remembranzas por las calles de Lampazos, sus casas, sus negocios; y nos hace recordar con él todos los rostros amados que se fueron para siempre pero eran su encuentro cotidiano por el año de 1947.
“Muchos negocios visité todos los días desde mi más tierna infancia: Si se trataba de abarrotes iba a distintas tiendas buscando la harina suelta de la Harinera Candela, La Perla, Sello de Oro, y la Río Bravo. Me enviaban en busca de la azúcar blanca y la morena; por el piloncillo, por café puro o mixteado con garbanzo tostado; iba por el frijol pinto, el mantequilla, el bayo gordo, el africano que era grande y casi rojo; iba por la calle cargando la manteca vegetal Lirio, la Popo, la Guisafrí, sin olvidar la Magnolia.
“Telas, zapatos o útiles escolares, con don Pancho Aguirre; si se trataba de mercería: iba con las hermanas Rosa y Amelia Flores; para soldar baños y tinas: iba con Moy Flores o con Polito el Hojalatero. Por la calle iba cargando el jabón Mariposa, el Monterrey, el Especial, sin olvidar los jabones en polvo como el Fab, el Vel, y el Star que tenían mucha aceptación en ese tiempo.
“Fue por el año de 1947 que me hice comprador. Compraba cosas que valían centavos, después pesos, pero era dinero que me ganaba haciendo mandados a los de la casa, a mis tíos, o a vecinos. Ese dinero era recibido por varios comerciantes como don Alejandro Rodríguez o a veces Micaela o Pilo, quienes me despachaban las galletas populares, las ovaladas, las de animalitos; sin olvidar las de betún rojo, o blanco, verde o amarillo; las jarochas, las marías; las de limón no las compraba porque eran de lujo y me daban muy poquitas.
“Me despachaban los dulces de fábrica como los merengues, los de menta, los barrilitos con sabor a anís, las bolas rojas encaneladas, los confitillos y los confitones con un coquito de aceite adentro; no hay que olvidar los chicles Apolo, los Yucatán, los del negrito Canel’s, o los de temporada como los del Millonario que traía billetes de juguete, los México que traían calcomanías que con una plancha caliente pegábamos en las camisas, y las de un sobrecito celeste llamados “Mágicos”, porque si pasábamos un cerillo por el papel, aparecían letras con un mensaje.
“Con don Canuto, compraba chupaletas de palo largo que en la envoltura traían barajitas de la lotería, o los siempre sabrosos mazapanes que hasta alisábamos la envoltura y la guardábamos en algún libro. Los pequeños juguetes de plomo como los soldaditos, los aviones, cañones y carritos, no estaban a mi alcance. Pero, ¿cómo olvidar los dulces de leche quemada que hacía don Juanito? ¿Las charamuscas correosas que vendía Peché “el del tololoche? Todas esas fueron golosinas históricas de mi pueblo. Golosinas que hoy todavía duermen en mis recuerdos de la infancia, la etapa más feliz de mi vida.
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