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NO MOLESTAR

Vivía solo en aquella casa de la calle Mesillas de la colonia Revolución en Anáhauc, Nuevo León; pero un compañero de trabajo me pidió alojo a cambio de una renta. Le dije que no tenía caso un alquiler, que yo estaba acostumbrado a vivir solo desde que mi familia había partido a Monterrey pero eso no era saludable, así que con que me hiciera compañía era suficiente. La pasábamos bien porque era una bonita amistad. Martín fue músico y con su voz y su guitarra pasábamos los ratos libres muy divertidos cantando a dos voces.

Una ocasión, el maestro de matemáticas, un ingeniero, me pidió también posada los días jueves, ofreciendo también una rechazada cuota. Así creció la compañía los pasatiempos pues ahora eran los jueves de canciones, bar, y dominó.

Un jueves yo tenía que resolver un asunto en Monterrey y Martín acompañaría a otro camarada en una serenata. Se suspendía la sesión de dominó. El ingeniero vio llegar las once treinta de la noche y mientras Martín salía con su guitarra en la mano, él se acomodaba en el estudio couch para dormir más temprano que de costumbre.

Poco a poco fue perdiendo la conciencia hasta quedar completamente dormido. Luego, en un reacomodo, despertó y escuchó un rítmico roncar en el cuarto de Martín. Pensó: “seguro que se fue rápido la serenata…” –Y se quedó oyendo el profundo ronquido durante un rato más, hasta quedar otra vez dormido.

Una media hora después, en el sueño inquieto que lo aquejaba, despertó nuevamente y quedó largamente oyendo el roncar áspero y ruidoso del cuarto contiguo. Era raro... Tal vez Martín había llegado muy cansado y por eso ni el escandaloso ronquido lo despertaba. Poco a poco, quedó otra vez dormido.

De pronto, un ruido en la puerta lo despertó. Vio alarmado que iba entrando Martín con su guitarra al hombro. Y sin más, le preguntó a boca de jarro:

_¿A quién dejaste en tu cuarto?

_A nadie… En mi cuarto no hay nadie… ¿Porqué la pregunta? –cuestionó extrañado Martín.

_Entonces… ¿Quién estaba roncando en tu cuarto? –dijo doblemente alarmado el ingeniero.

Tras una más detallada explicación, Martín se fue a su cuarto diciendo:

_Bueno... Tal vez mi cama le gustó esta noche a un fantasma flojo para echarse un sueñito. Nomás le faltó colgar de la cerradura un letrero que diga: No molestar… -Dijo Martín y se retiró a dormir plácidamente.

Así es nuestro amigo; nada impresionable; pero el ingeniero, desde aquella noche ya no estuvo tranquilo en la casa. Al día siguiente, me platicaron este hecho misterioso y el asombrado compañero subrayaba:

__¡No hay nadie más escéptico que yo! ¡Jamás he creído nada de las historias que le gente cuenta! Pero, ¿cómo negar lo que me sucedió…?

Unos cuantos jueves más, y ya no volvió a quedarse en mi casa.
Martín y yo tendríamos un etéreo inquilino que se quedó también, y sin pagar renta.

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