Es muy común que el hombre o la mujer, se sientan extrañados cuando una visita imprevista llega a su casa. No por el hermano o el amigo, no, los más fieles compañeros están siempre ahí, compartiendo nuestra vida; pero cuando alguien que casi no te habla va y toca a tu puerta, ¡aguas...!(¡cuidado!) , algo quiere...
*Así pues, llega el improvisado predicador tratando de pescar almas y diezmos para su pecera.
*El vecino que tiene que acabar el talonario de boletos de una rifa que le dieron a su hijo en la escuela.
*El que necesita que le presten una carretilla o alguna otra herramienta.
*El que anda rifando un anillo “de su abuelita enferma”.
*El conocido que se anda estrenando como vendedor de servicios funerarios o de muebles.
*El político que busca llevar agua a su molino invitándote a una lotería o una junta de vecinos.
Y aquí le dejamos abierta la lista para que agregue usted una docena más.
Si no accede, los predicadores se irán sacudiendo el polvo de sus pies tachándolo de pecador; los vendedores se irán diciendo que es un codo(tacaño) más duro que una piedra de apachurrar muertos; será usted un elemento antisocial, un mal vecino...
¡Y cuidado cuando preste lo que sea...! Aquél ocasional visitante, luego se le hará el escondido, el ofendido si le pide lo prestado, y no volverá hablarle hasta que una nueva necesidad lo acose.
¡Ah, pero qué gente...! Bien dice el sabio refrán de nuestros abuelos:
“Al nopal lo van a ver, nomás cuando tiene tunas…”
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