POR JOSUÉ PALOMARES LÓPEZ
Antes que proliferaran los aparatos como los radios, las grabadoras y las televisiones, la gente en esta área del Sistema de Riego 04 en ciudad Anahuac, Nuevo León, se reunían en el campo, sobre algún puente o en algunas casas, para platicar de cosas cotidianas.
Los jóvenes, para contar sus conquistas amorosas y cantar canciones de la época acompañándose en duetos con guitarras o bajosextos; pero a manera ordenada, sin licor o drogas, eran reuniones sanas. Los viejos, se reunían aparte para platicar de cosas de importancia, noticias de la época, asuntos de la agricultura y otros temas; en fin, había comunicación verbal entre la gente. Las damas en sus reuniones contaban anécdotas de su juventud, experiencias, cosas sentimentales que en algunas hacían asomar las lágrimas en sus ojos. Es conmovedor ver llorar a una mujer, y ellas son propensas al llanto.
En el campo, cuando los viejos se reunían a platicar, si la noche estaba fría, encendían una fogata, preparaban un café hervido y alrededor del fuego platicaban diversos comentarios; pero cuando se daban cuenta, estaban ya inmersos en cosas sobrenaturales.
Alguno decía, lleno de misterio: “Yo, en tal año, vi una lumbre en tal lugar; pero “le saqué cañas al tercio”, y no me arrimé…” Otro decía: “Yo vi una luz entre el monte; otro decía yo vi una figura de mujer vestida de blanco caminando en el aire; no tocaba tierra… La seguí, y de pronto, desapareció”. Otro decía: “Yo una vez fui a cavar en busca de un tesoro, pero no encontré nada.” Otro decía: “No hay que tenerle miedo a nada, pues lo que se presenta o se oye, son efectos de lo que está enterrado…” Otro decía: “Las apariciones de gentes conocidas que ya murieron, son sus espíritus que por una razón no pueden descansar y se hacen presentes de manera visible.” Otro comentaba: “Las voces que se oyen donde está un dinero enterrado, son el eco de lo que se dijo cuando se enterró y quedó grabado en el metal. Lo mismo son el jinete, el caballo que se echa encima, el fantasma que amenaza con fusil o sable. Son los simulacros que se hicieron cuando se enterraron esos metales.” Otro decía: “No, es que el diablo se posesiona de algunos tesoros, y a esos lugares no hay qué arrimarse pues están malditos, no encantados…” Pero siempre surgía un chistoso que decía: “Pos’ ya me ven viejo y chueco; pos’ yo les aseguro que asustao’, no me alcanzan…” Y así, cada viejo iba contando sus experiencias en lo sobrenatural.
Unos han visto una marrana con marranitos colorados o pintos; otro ha visto un toro, otro una gallina con pollitos; otro un caballo negro; otro una mujer o un hombre, una llama azul, un brasero, una bola de fuego, una luz en tránsito por el aire; en fin, una y mil cosas que trasportaban la mente a otro mundo, el mundo de lo insólito. Y así eran las reuniones de los viejos cuya edad superaba los setenta años; y más los que han pasado gran parte de su existencia en el campo. Eran en aquellas reuniones donde se sabían las cosas del pasado que de otra manera, nunca se conocerían; y la oscuridad de las noches hacía más sombríos los relatos.
Luego de departir con todas aquellas cosas, y haber saboreado el café, cada quien se retiraba a su hogar pensando en lo que se comentó; y al dormirse, el sueño traía la paz y el olvido. Mañana u otro día, habría otra reunión de viejos, e irían otras personas mayores que contarían sus experiencias en el campo de lo desconocido; tal vez iguales, tal vez diferentes; en fin, que son los viejos los que guardan en su memoria los recuerdos de sucesos vividos en el pasado. Es a ellos que hay que recurrir por estas y otras historias.
…Y a veces, una experiencia útil, como la siguiente: “Cuando una vaca pare en el monte, esconde a su crío en lo más cerrado del matorral para protegerlo, y ella se retira no muy lejos a pastar. Los dueños ven la vaca y saben que ya parió pero no encuentran al becerro; pero para no seguir buscando en vano, llevan unos perros y estos se dispersan olfateando. La vaca al ver los perros pronto va a donde está escondido el crío y allí espera a que los perros se arrimen. Y cuando se aproximan, la vaca entra en acción en defensa del crío”.
Así, el ranchero se da cuenta de donde está el becerrito. El amor por su cría hace que la vaca delate el escondite.
Hoy, todas estas tradiciones se han perdido y otras costumbres han tomado su lugar. Hoy, muchos jóvenes se reúnen para planear maldades, y las pláticas de los viejos ya son nomás puro relajo…
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