Era el año de 1980 y la crisis pegaba duro en los hogares; el mío no era la excepción. Estaba tan dura la cosa, que llegué a comprar boletos de toda clase de rifas, esperando el dedo de Dios sobre mi vida. Pero nada…
Una mañana me dijo Angélica, una compañera de trabajo: “Necesito un cartel de publicidad para anunciar un evento deportivo para la Preparatoria 9. Tú eres caricaturista y rotulista. Házmelo por favor…”
Me apliqué a sacarla del apuro y le entregué el cartel. Me preguntó que cuánto era; le contesté que nada… Que para mí no era trabajo sino un favor…
Al otro día, me encargó dos carteles para promover unas conferencias. Otra vez me negué a aceptar ningún pago. Era mi amiga y yo la ayudaba con gusto.
Una semana después me encargó otro trabajo y me dijo que el director de la preparatoria quería hablar conmigo. Acudí ante el Ing. Armando González y escuché una propuesta: “Necesitamos aquí personas con talento. ¿No te gustaría trabajar con nosotros?”
Un inconveniente había: mi pago me llegaría hasta diciembre. No había problema. Me apliqué a llevar toda la publicidad de la Preparatoria 9 y editar revistas de ocasión como Calaveras, semblanzas por el Día de el Amor y la Amistad, el Día de las Madres, el Cuento Navideño, proveer de todos los materiales el periódico mural; y ocupado, diciembre llegó.
Cuando recibí mi pago, me fui de espaldas. No lo podía creer: ¡no estaba yo a contrato, ni por honorarios, ni por horas…! ¡Me habían dado la planta…!
Hubo conmoción entre los que me conocían. ¡¿Pero como podía ser posible?! Si había muchos que tenían hasta veinte años como maestros por horas, de contrato, por honorarios… ¿Por qué a mí me habían dado planta directamente?
Y así fue… Empecé a ganar un ciento cincuenta por ciento más de sueldo. En un trabajo que si busco, no lo encuentro; que si lo pido, no me lo dan. Fue un empleo que sin relaciones, ni influencias, me fueron a ofrecer a la puerta de mi casa.
Cuando pedimos a Dios, ¡claro que nos va a dar! pero no en la forma en que pedimos porque sus caminos son misteriosos. De allí empecé a entender el dicho popular que dice:
“A quien dios le quiere dar, por la chimenea le ha de cáir’…”
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