En un convivio en el ejido Nuevo Anáhuac, las cervezas rolaban, la música norteña ambientaba con el sonido de acordeón y bajo sexto; y los viejos campesinos festejaban la vida que les quedaba entre carcajadas y alegre plática.
El movido huapango de El coconito se oyó por el gran patio y un anciano de sombrero arriscado y botas desjaretadas se paró entusiasmado a aventarse el zapateado.
Mientras levantaba polvareda, los demás le hicieron círculo y lo animaron con porras muy propias de esta tierra:
¡El corazón no envejece; el cuero es el que se arruga...!
¡Ay riata no te revientes qu'es el último tirón...!
¡Ay ay ay...! ¡No te acabes pila vieja...!
De aquella fiesta, tomamos nota; y contagiados y llenos del espíritu colectivo del campo anahuaquense, cada vez que caminamos cuesta arriba y estamos a punto de “aventar el arpa”, recordamos los dichos de la tierra y –como aquellos viejos- nos damos ánimos para seguir adelante:
¡No te acabes, pila vieja...!
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