Mi casa es muy grande como para dejarle todo el mantenimiento a mi esposa, así que al menos una vez a la semana, le ayudo al aseo de patio, jardín y aceras. Cuando mis viejos amigos y vecinos me ven con la escoba en la mano me gritan entre otras bromas: “¿¡Porqué caíste!?” Mis hijos y demás jóvenes menores de treinta años, escuchan extrañados, y me han preguntado el porqué de aquellas expresiones. Les cuento que es el recuerdo de una costumbre que afortunadamente en nuestro medio y en nuestro tiempo ya ha caído en desuso.
Antiguamente, hasta finales de los años sesenta, las autoridades municipales hacían redadas de vagos, desveladores y borrachines; sin delito alguno y sin más fin que hacerse de dinero con las multas. Como muchos no traían dinero y por tanto no tenían para pagar su liberación, los condenaban a trabajos forzados, a barrer las principales calles del municipio, y los exhibían escoba en mano, por todas las plazas, donde la gente les hacía toda clase de burlas y les gritaban: “¡¿ Porqué caíste!?”
Lo jóvenes, llenos de vergüenza, escondían el rostro para no ser reconocidos por las muchachas o las familias que pasaban a misa del domingo. Podrían perder el noviazgo, las amistades, al ser exhibido como un reo con aquella condena a trabajo forzado; y muchas veces, sin haber hecho nada...
Eran otros tiempos... A los detenidos se les daba un trato tan inhumano que algunas noches, cuando los carceleros se aburrían, los sacaban de las celdas al patio de la Comandancia; y les decían que el que quisiera salir libre tenía que apuntarse para una pelea y ganarle a otro preso; y muchas veces, los obreros, preocupados por que si se quedaban tendrían que faltar al otro día al trabajo, se anotaban para fajarse a golpes con otro pobre que no odiaban y ni siquiera conocían. Y los enfrentamientos se daban -a veces sangrientos- para diversión de los gendarmes que tras media docena peleas, soltaban a seis vencedores y a las celdas regresaban a otros seis, todos golpeados y humillados. Esto es verdadero.
Esto sucedía en las cárceles municipales de Monterrey, San Nicolás, Guadalupe, Apodaca y toda el área metropolitana - no sé si esto pasaría también en el Anáhuac de los años cincuenta-; pero estos recuerdos, quedan ahí para testimonio del pasado y para explicar costumbres que se fueron con el tiempo. Pero como dicen que de una desgracia el argentino hace un tango y el mexicano hace un chiste; de todas aquellas prácticas aborrecibles, sólo quedó esta broma que usted ya podrá entender cuando lo vean barriendo y alguien le grite:
“¿¡Porqué caíste!?”
Norestense fue desarrollado en Drupal