Nos cuenta don Josué Palomares que allá por los años de la Fundación de Anáhuac, en el lejano 1933, el sistema de transporte más en uso, era el tren de pasajeros para viajar a Monterrey o Nuevo Laredo, que eran los destinos principales del anahuaquense del ayer.
En tiempos de trilla, los carros de pasajeros venían repletos de gente trabajadora que llegaba de varios estados a ofrecer su mano de obra para levantar las cosechas; de Michoacán, de Guanajuato, de San Luís Potosí, y claro está, de los vecinos Coahuila y Tamaulipas. Muchos de ellos mandaban por sus familias y se quedaban a vivir ahí.
Las máquinas eran de color negro, eran todavía de vapor y su combustible era el carbón mineral. Cuando se sobrecargaban, desfogaban chorros de vapor hacia los lados asustando a la gente sencilla también con su ruido y su negra humareda. Cuando iniciaban la marcha, sus enormes y pesadas ruedas metálicas empezaban por patinar en los rieles lanzando chispas incandescentes, hasta que poco a poco empezaban a avanzar y paulatinamente alcanzaban la velocidad deseada, a la vez que de de cuando en cuando, lanzaban al aire su ronco pito y gruesas columnas de humo que, cuando no había viento, se quedaban flotando sobre el pueblo mucho tiempo.
El maquinista operaba el tren, los fogoneros alimentaban el horno con el carbón, el garrotero vigilaba de vagón en vagón, el conductor desde el cabús, a señas le indicaba al maquinista para que parara o arrancara; con movimientos de brazos, si era de día; o con movimientos de lámpara, si era de noche. En los vagones se repartían el agente de publicaciones, el conductor o boletero, y en el cabús cuidando valores o el correo, iba un piquete de soldados. En la estación de Lampazos y Villaldama, se detenía a bajar o subir pasaje y los usuarios aprovechaban para comprar por las ventanillas lonches, tacos de cabrito, empanadas, pan y café.
Eran tan cotidianos los trenes que de ellos se escribieron corridos, como aquél que dice: Qué dices prieta, nos vamos / O nos quedamos un rato / Ya están saliendo los trenes / De México a Guanajuato. Es también famoso el corrido “Máquina 501” donde Jesús García salva al pueblo de Nacozari, Sonora, de un tren en llamas cargado de dinamita. Un corrido que fue todo un himno revolucionario fue aquel que decía: Siete leguas, el caballo / Que Villa más estimaba / Cuando oía silbar los trenes / Se paraba y relinchaba/ Siete Leguas, el caballo que Villa más estimaba.
Hoy, que el Gobierno “rentó” a una compañía americana todo el sistema ferroviario, el tren ya no da servicio de pasajeros; el conductor ya no usa lámpara, ahora usan radio; ya no hay cabús ni custodia militar. Alguna vez las máquinas de vapor fueron sustituidas por máquinas movidas por diesel; y aquellas viejas máquinas movidas por carbón son ahora piezas de museo exhibidas en parques como objetos históricos. Son ahora, igual que las estaciones, igual que todo el personal que ocupaban, sólo un uso, que fue cayendo en desuso.
“Cosas que en el tiempo vinieron, y en el tiempo se fueron” -Frase nostálgica y filosófica de don Josué-.
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