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DESPUÉS DE LA VIDA; UN CAMINO AL CIELO

1952. La vida en Torreón era difícil pues no había empleos, así que nuestra ropa de cuando mamá y papá trabajaban de obreros en la industria textil de Parras, poco a poco se había convertido en jirones miserables. La pobreza hace que los males curables se agraven por falta de dinero para la compra de medicinas, y a la edad de siete años mis males gastrointestinales se agudizaron hasta llevarme a una situación crítica.

No puedo decir concretamente que enfermedad tenía –si me lo dijeron, ya no recuerdo- pero sí está en mi memoria que débil y enflaquecido, ya sólo en brazos me podían llevar a una consulta gratuita que sin embargo, nada podía remediar si no había dinero para los medicamentos. De nada sirve tener una receta si no hay para surtirla. Afortunadamente, muchas medicinas que se me aplicaron, fueron donativos de muestras médicas que el médico bondadosamente nos regalaba.

Aquella tarde -según me contaron después- el médico, cuyo nombre desgraciadamente ya no recuerdo, dijo a mis atribulados padres:

_ Le voy a suministrar al niño los últimos medicamentos. A las ocho de la noche, busquen quien le aplique esta inyección. Si ni así mejora, deben resignarse y esperar el fin. Si esto sucede, no tengan pena de venir por mí a la hora que sea para extenderles el certificado de Defunción. Eran palabras duras, emanadas tal vez de una piedad que ya sonaba macabra, pero eran planteamientos apegados a una realidad que había qué aceptar.

Aquella noche, mientras mi padre todavía buscaba el pan nuestro de cada día, mi madre hacía guardia ante el camastro donde yo yacía ya sin esperanza.

Mi padre, don Francisco, llegó y se agregó a la vigilia; y juntos, en silencio, cada quien repasaba las viejas oraciones por aquel niño que se iba sin haber podido conocer un poco más de la vida.

Mi madre, doña Juanita, me contó días después que a la media noche, mi cuerpo se empezó a sacudir en espasmos que parecían los signos de un final ya anunciado. Ella me tomaba en brazos y de la oración pasó a los gritos, suplicando a la Madre de Dios que tuviera piedad, que no me llevara. Yo, mientras tanto, no pude padecer aquellos estertores; pues estaba ocupado en un bello sueño...

Súbitamente, me vi caminando por un paraje plano, blanco, nebuloso pero lleno de luz donde se podía advertir un sendero recto que se perdía en la lejanía. Un anciano de venerable presencia y bondadoso rostro, me llevaba de la mano mientras yo, ocupado en curiosear el extraño paisaje, miraba hacia todos lados; y cuando veía al buen viejo, no tenía ganas de preguntar quién era o a dónde me llevaba. Todos mis afectos parecían borrados pues no pensaba en mis hermanos, en mis padres, ni en nada de lo que estaba dejando atrás; sólo caminaba, invadido de una extraña y gran alegría, ya sin sentir los sufrimientos que me aquejaron durante tanto tiempo. Hasta sentía ganas de soltar la mano del anciano y correr adelantándome en el camino, trotar lleno de felicidad en torno al apacible viejo que me conducía; pero su mano, parecía sellada a la mía.

De pronto, descubrí en la lejanía la figura de una mujer que parecía estar esperándonos en medio del camino. A medida que en nuestra marcha nos íbamos acercando, lleno de una curiosidad nueva podía ir viendo con más detalle aquella presencia. Sin embargo, tenía algo incomprensible para mis siete años porque era imposible describirla con exactitud; era la personificación de la hermosura, la perfección, y todo lo que puedo recordar es que era muy bella, de expresión serena, vestida de ropajes largos, parecía ajena a los andantes que poco a poco se acercaban. Mi inquietud crecía y quería verla de más cerca; pero -todavía a prudente distancia-, el viejo, sin palabras, me hizo entender que debía quedarme en mi lugar mientras él se adelantaba ante la mujer en medio de la senda.

Era curioso cómo podía entender en silencio tan claramente; más incomprensible era para mi mente infantil cómo dos seres -por extraordinarios que fueran- podían conversar sin mediar palabras entre ellos; pero algo decía la bella mujer al anciano que asentía y aceptaba en actitud humilde mientras volvía la vista a mi lugar. Era obvio que hablaban de mí. En seguida, el viejo caminó hacia mí, tomó mi mano y para mi desconsuelo, empezamos a desandar el camino. Sentía tristeza al entender que, en alguna parte, no me querían todavía.

Atrás iba quedando la hermosa mujer que no se me permitió ver de cerca. Yo, contemplaba el paisaje y volteaba a buscarla, a mirarla por última vez; repentinamente, me vi otra vez en mi cama, rodeado de llanto que de pronto se convirtió en sonrisas y gritos de ¡gracias a Dios...!

Casi inmediatamente me volví a dormir; y a la salida del sol, me senté pidiendo algo de comer. Mi madre, maravillada de mi repentina curación, llena de júbilo cocinó para mí unas humildes pero ricas papas; y escuchaba llena de emoción cuando entre bocados, le iba contando que había tenido un sueño muy bonito. El médico, sorprendido de mi extraña recuperación, me envió gratuitamente al Hospital Infantil para estudios y convalecencia; pero ya no volví a recaer en la enfermedad.

Fue la más bella experiencia que he vivido y que a lo largo de todos estos años, ha traído mil opiniones y conjeturas a mi vida. Por dar algunos ejemplos, se me ha dicho que entré en agonía pero nada sentí porque mi alma ya iba de viaje; que estuve muerto pero las oraciones de mi madre fueron escuchadas y fui regresado; que aquel anciano era La Muerte; que aquella mujer era La Virgen; que se me regresó a la vida porque tenía una gran misión que cumplir; en fin...

La verdad es que son experiencias que aunque las vivamos, jamás podremos entender cabalmente. ¿Porqué no sentí los estertores de la agonía? No fue un alivio porque desperté completamente curado; pero, ¿qué fue lo que me curó tan radicalmente? Nada pudo explicar a satisfacción estas señales; pero, sueño o realidad, es éste el más bonito recuerdo de mi infancia; y lo es tanto, que algunas veces sentí nostalgia por la muerte y lamenté no me hayan permitido continuar el viaje; porque aquella felicidad que sentí y perdí, jamás situación humana podrá igualar en mi vida. Fue un verdadero...

Encuentro con lo Desconocido...

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