Metodio y Nicolás Cruz, Salieron de Lampazos de Naranjo compartiendo la cabina del viejo camión de redilas con su primo Cipriano; y a rodado lento, circulaban por el camino que es hoy la carretera a Colombia con rumbo al norte. Su misión era llenar las redilas con un buen viaje de nopal forrajero. Aquella mañana de 1961 el sol brillaba a todo su esplendor y los tres amigos platicaban alegremente completamente espabilados; ya que a las diez de la mañana, no era una hora muy temprana para empezar una jornada de trabajo.
Doblaron hacia el poniente por el antiguo camino del rancho Naranjo y se dirigieron hacia el antiguo San Andrés de los Horcones, hoy conocido como La Barranca; allí sacarían permiso de la autoridad ejidal para el corte de nopal y seguirían hasta llegar por los agostaderos de Santa Helena donde también pedirían permiso y se dedicarían al corte de pencas suficientes para alimentar al ganado por dos o tres días.
Ese camino de origen colonial fue andado por los vehículos de tracción animal del Siglo XVIII, pasando por los tiempos de la guerra de Independencia y las guerras de invasión americana y francesa, hasta llegar a los tiempos de la Revolución. Una senda sembrada de recuerdos históricos cuando apaches, soldados y bandidos, así como el más grande terrateniente de Siglo XIX, don Andrés de Sobrerilla y los ricos mineros de La Iguana, llenaron de recuerdos, de historia y leyenda el camino que ahora nuestros tres amigos transitaban.
Al bajar una cañada, vieron a lo lejos un gran guayín de los llamados “goberneños”, tirado por un juego de cuatro acémilas prietas. Bajaron la de por sí modesta velocidad a medida que se acercaban a la gran carreta que avanzaba al centro del camino, llevada por dos conductores al frente y una numerosa familia en la caja. Los hombres cabizbajos cubrían su rostro con anchos sombreros; pero su vestimenta extraña los hizo fijar más su atención en todos ellos. Las mujeres llevaban niños a sus lados y una de ella portaba un pequeño de brazos. Avanzaban acercándose al encuentro del camión y Metodio empezó a desesperar porque peligrosamente, no tomaban su carril ocupando todo el ancho del camino.
Un pensamiento vino a su cabeza: “¿Pues quién se creen que son? ¿Serán tan influyentes que esperan que nos salgamos del camino para dejarles todo lo ancho a ellos solos?”
El conductor ni siquiera levantó la vista al sonido del cláxon del camión que de plano, se tuvo qué parar. Al hacer esto, contempló los hermosos ejemplares que eran aquellas mulas bien alimentadas que hacían brillar al sol su fina piel. La falda roja de una mujer ondeaba al viento como bandera. El carruaje por fin dobló diagonalmente a su derecha a unos metros del camión; pero no alcanzó a tomar plenamente su carril porque como humo a un golpe de aire, se deshizo en el viento, perdiéndose hacia la nada.
Al mirar aquel inesperado fin del encuentro, los tres amigos quedaron perplejos; y sin entender todavía lo que acababan de ver, se bajaron a buscar la carreta, hasta que tuvieron que reconocer que definitivamente, había desaparecido ante sus ojos. Buscaron alguna huella por la tierra del camino, pero no encontraron huella alguna del paso de ruedas de ningún guayín. Aquél carruaje misterioso venía flotando por la senda llevando como pasajeros hombres, mujeres y niños visitantes del Más Allá, muertos tal vez hacía más de cien años.
Una vez superado el asombro de unos y el susto de otros, subieron otra vez al camión para seguir su camino. Al estar a orillas de La Barranca, llegaron a una tienda en busca de cigarros y el comentario surgió para ver si el tendero sabía algo de aquel fenómeno que acababan de atestiguar. Una respuesta los dejó callados:
_ ¿Almorzaron bien antes de venirse?
Luego de un breve silencio, con algo de disgusto, defendieron que los tres habían vivido aquel encuentro; pero ya nada más había qué decir. Salieron de la tienda y siguieron su camino. Tal vez alguien les diera alguna razón de lo vivido.
Al llegar ante el comisariado ejidal de aquella comunidad para los permisos de rigor, surgió otra vez el comentario.
_ ¿De quién es una guayín goberneño con cuatro mulas prietas que encontramos por el camino? –preguntó Metodio.
El comisariado sonrió extrañamente y sacó un libro de reportes diarios que llevaba celosamente como una bitácora de su gestión, y les dijo:
_ Sí, ya sé... Un guayín que desapareció delante de ustedes, ¿no?
Los tres se le quedaron viendo esperando algún comentario burlón. Pero el hombre les mostró un par de páginas con nombres fechas y horas registradas. Y agregó con una sonrisa:
_No se preocupen... Tengo ya tres reportes de personas que lo han visto aparecer a cualquier hora por estos caminos. Ustedes son el reporte cuatro. Es una aparición que nadie sabe su origen; ni de quienes se trata, ni de qué tiempo son; sólo se les describe como personas silenciosas con ropa de tiempos antiguos.
_Ustedes sólo han tenido un encuentro con gente muerta hace muchos años; fantasmas, que no representan ningún peligro para nadie.
Muchos, muchos años han pasado desde la aventura de Metodio y compañeros, y los reportes han seguido registrándose. Un grupo de seres perdidos en nuestra dimensión, perdidos en un mundo al que ya no pertenecen, vagan por los caminos de Horcones a Santa Helena. Si llega usted a encontrarlos, no tema, sólo eleve una oración por el descanso de estas almas perdidas que, alguna vez, gracias a una sincera plegaria, han de alcanzar un descanso por más de cien años anhelado.
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