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UNA LEYENDA DE VAMPIROS

MUJERES DE LA NOCHE

El sol de agosto calcinaba los campos de Colorados de Abajo, jurisdicción de Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Tras levantar la cosecha de maíz y recoger las cañas para almacenarlas en “monas” que sirvieran de forraje durante el invierno, había que preparar la tierra con el barbecho que volteara la capa de tierra, limpiara de raíces, e integrara al suelo los desechos de hojas y cañas que hubieran quedado; y don Jesús, huyendo del aciago calor, prefería trabajar de noche para aprovechar la frescura y padecer menos el clima canicular de más de cuarenta grados que azotan la región. Los potentes reflectores de su tractor le daban la suficiente visibilidad
para no necesitar la luz del sol con su consiguiente temperatura que calentaba los campos por esa temporada del año.

La luz de la luna Llena, pintaba de plata los montes de bajo matorral donde apenas sobresalía algún macizo de huisaches o mezquites que procuraban alguna sombra al jabalí y al venado, al coyote y al tejón. Las estrellas tachonaban un cielo nocturnal, visible solamente en los campos alejados de las luces de las grandes ciudades; un espacio de terciopelo azul cruzado por la lechuza o el tecolote; pero don Jesús no tenía tiempo para contemplar las bellezas del universo ni los seres de la naturaleza, pues se había criado en este medio y eran atractivos solamente para visitantes de la ciudad. Él, como hombre de campo, ya había visto tanto, que había perdido la capacidad de asombro ante estas muestras de la creación.

Todo era soledad y no tenía más compañía que el tractor con su rugido al topar con alguna resistencia al ir volteando la tierra. Seguiría el preparar los surcos, el fortalecer la tierra con fertilizante, el bordeo, la siembra. Una rutina ancestral heredada de sus padres y abuelos.

Acostumbrado a la oscuridad, no había en su mente lugar para las historias que la gente cuenta. Los muertos, muertos están y entre la tierra y el cielo no hay más que animalillos de la noche y trabajo…, mucho trabajo. Tal vez, estaba equivocado.

De pronto, descubrió que no estaba solo…

En un parpadeo, súbitamente vio que dos hermosas jóvenes lo acompañaban en su faena; cada una, sentada en la polvera de cada lado. Eran mujeres bellas, de una palidez que hacía resaltar el negro de sus grandes ojos y su poblada y larga cabellera. Silenciosas, lo contemplaban fijamente con una sonrisa no amistosa, no tierna; sino arcana... Sus cuerpos estaban ataviados por amplias y largas vestiduras blancas que, sin embargo, no podían ocultar las turgentes formas con que se adornan los cuerpos jóvenes y sensuales.

Era don Jesús de un valor y una fortaleza extraordinaria y las miró asombrado sin saber como reaccionar ante aquellas espontáneas acompañantes en su rutina de trabajo. De pronto, despertó de su marasmo contemplativo y se dio cuenta que…, ¡aquello no podía ser cierto! y de serlo, estaba ante una amenaza ante la cual hasta su alma misma gritaba de espanto. Eran dos hermosas mujeres; pero, ¡de origen sobrenatural! Sus macabras sonrisas lo electrizaron. Quiso moverse en defensa o huida. Y no supo más…

Antes del amanecer, sus hijos fueron a buscarlo por que había tardado en su regreso al hogar; y a lo lejos, descubrieron el tractor todavía ronroneando en el silencio de los campos. Con gran sobresalto, descubrieron el cuerpo de su padre tirado en medio de la parcela.

Le hablaron, le gritaron; pero el hombre, estaba inconsciente.

Lo llevaron a casa y le procuraron un médico que lo auscultara en busca de alguna enfermedad; pero tras explorarlo minuciosamente, el Galeno dictaminó que solamente estaba dormido. No había ni embolia, ni ataque al corazón. Sólo estaba dormido como presa de una debilidad y agotamiento extremo.

El sol estaba en el cenit cuando don Jesús abrió los ojos y un estremecimiento lo sacudió en su lecho. En su mirada mostraba una reacción de miedo, mucho miedo. Al preguntarle qué había sucedido, el espanto le bloqueó las palabras y cayó en la fuga de otro desmayo.

Al despertar de su desvanecimiento, entre estremecimientos de terror contó la extraña historia de dos bellas jóvenes que aparecieron a sus flancos ofreciéndole todo en una prometedora mirada y agradable sonrisa. Y que al darse cuenta que estaba ante dos seres de origen maligno, de pronto, la inconsciencia total...

Solamente recordaba, como entre sueños, una parálisis total…, algo como unos besos…, como unas caricias…, que le robaban la vida en fluidos que parecían escapar por la boca de todo su cuerpo y por todos los poros. Eran como dos demonios femeninos, alimentándose de todo su ser.

Hubo mil preguntas en busca de la verdad de lo sucedido pero nadie podía contestar con certeza, porque aquellos hechos pertenecían al dominio de un mundo incógnito para nuestra pobre condición humana. Nadie pudo dar una explicación racional a tan siniestra experiencia.

Un vecino de aquella familia, durante muchos años ha guardado en su mente estos hechos, y recuerda las secuelas de tan nefasto encuentro:

_ “Era don Jesús, un hombre muy potente y robusto, con tal vez ciento veinte kilos de peso. Era tan fuerte que desbordaba vitalidad en todos sus movimientos, por su sonrisa, por su entusiasmo ante cada aspecto de la vida familiar y campirana. Pero después de aquella noche, se fue degradando su cuerpo y quedó tan débil y delgado, que mi padre, al ayudar a su esposa a llevarlo a la cotidiana atención médica, lo cargaba entre sus brazos como a un niño de diez años. Cuando mucho, pesaba unos cuarenta y cinco kilos. La misma noche de su infortunio, perdió todas sus fuerzas y ya jamás las pudo recuperar. Con su vitalidad robada, fue perdiendo peso hasta convertirse en una piltrafa humana.”

¿Qué había sucedido al campesino? ¿Estaba solamente asustado? ¿Había tenido un fatal encuentro con devoradoras de la noche que lo habían vaciado de su energía vital? La verdad nadie la supo porque son misterios vedados al hombre. Solamente conjeturas e hipótesis se han tejido alrededor de estos hechos pues la experiencia de don Jesús no ha sido única y docenas de leyendas de esta tierra así lo atestiguan.

El hombre vive todavía, pero jamás pudo recuperar su vida habitual porque la vitalidad que le arrebataron las arpías jamás volvió a su cuerpo. Pero, por las noches, atormentado sueña con la visita de dos bellas habitantes de la noche que lo visitan en las horas de más profunda oscuridad para hacer guardia a los lados de su lecho, mientras parecen acariciarlo con una mirada y una sonrisa macabra; denotando gran satisfacción ante aquel hombre que les brindara un verdadero banquete, aquella noche de su encuentro fatal.

Los vampiros existen; pero no como seres oscuros y materiales en busca de sangre humana como la tradición y la literatura fantástica nos han dictado, sino como entes nocturnos quizás de origen espiritual y demoníaco, seres del Bajo Astral que buscan alimento en la energía vital que nos anima. Y de Sabinas a Lampazos, de Colombia a Anáhuac, por ranchos y rincones desolados de Nuevo León podemos tener un súbito encuentro con los devoradores de la noche para un fatal enfrentamiento que arruinará nuestras vidas…, si nos dejan vivos...

Al hombre lo seducen con presencias femeninas; y a la mujer la atraen a su telaraña con bellas presencias masculinas. La única referencia que existe desde los antiguos manuscritos judíos es el Íncubo, devorador masculino; y el Súcubo, devorador femenino quienes por las noches nos visitan para un involuntario encuentro de tipo sexual, que para poder consumar, nos paralizan de cuerpo entero y nos dejan indefensos y a su merced. El resultado, es siempre el mismo: Una debilidad extrema.

Cuidado… Al ir a dormir, cierre bien las puertas y ventanas. Los vampiros rondan en la oscuridad sobre los techos, por los patios, tras cada puerta; y esta noche, la próxima víctima de estas diabólicas criaturas de la noche…

Podría ser usted…

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