La gente del campo tiene muy seguido encuentros con lo desconocido. En verdad que don Juan Ramón Hernández es uno de ellos.

Mi casa es muy grande como para dejarle todo el mantenimiento a mi esposa, así que al menos una vez a la semana, le ayudo al aseo de patio, jardín y aceras. Cuando mis viejos amigos y vecinos me ven con la escoba en la mano me gritan entre otras bromas: “¿¡Porqué caíste!?” Mis hijos y demás jóvenes menores de treinta años, escuchan extrañados, y me han preguntado el porqué de aquellas expresiones. Les cuento que es el recuerdo de una costumbre que afortunadamente en nuestro medio y en nuestro tiempo ya ha caído en desuso.

Un árbol que nos ha de traer recuerdos de la infancia, es el de las moras. El moral es un árbol que no crece muy alto pero es de un tronco grueso muy resistente y da unos frutos dulces que pueden ser de un rosa pálido (la morera) o de un azul oscuro (el moral).

La superstición es una característica que encontramos en todos los pueblos, cualquiera que sea su grado de desarrollo. El hombre de la ciudad tiene sus creencias, muchas veces propagadas por los medio de comunicación, como los horóscopos, las profecías anuales, la lectura de cartas y la promoción de un sinnúmero de amuletos. En cambio en el campo, las creencias están relacionadas con el entorno natural y sus elementos, tales como el viento, el río, las plantas y los animales. Anáhuac, como sociedad agrícola que es, tiene este tipo de convicciones.

Hay dichos que son frecuentes; otros, no lo son tanto. Hay unos de aplicación constante; otros, no creemos que la ocasión se pueda presentar alguna vez en nuestra vida. Este es uno de ellos.

No basta quitar de enfrente los objetos queridos para que se les pueda olvidar; hay qué arrancarlos del alma.