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Leyenda

LA LEYENDA DEL RIO SALADO

Algunas noches, Doña Virginia y su familia despiertan con gran sobresalto pues, a veces, escuchan un ruido metálico, como de un caudal de monedas que se vacía por la chimenea. Acuden asustados a la cocina para ver entre las cenizas; pero nunca encuentran algo que explique aquellos sonidos. Doña Petra también se levanta porque, por las madrugadas, escucha el estruendo de una numerosa manada de caballos que cruza a todo galope por el traspatio. Don Rogelio abrió una fosa para una letrina y encontró el esqueleto de un soldado.

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EL FANTASMA DE LOS PUENTES CUATES

Don Juan Ramón está lleno de recuerdos y ha sido testigo de cuanto ha cambiado en el paisaje en Anáhuac; N. L. Ha explorado la región cercana a antigua hacienda de La Laja y nos cuenta que en unas lomas cercanas a La Catorce, por un cañoncito, había una cueva cuya entrada estaba a la vista de quien pasara por ahí. Asomando por la boca de aquella cueva se podían ver al fondo algunos costales amontonados unos sobre otros, de lo que parecía ser un tesoro; y aunque varios fueron testigos de esto, al fin gente sencilla, nunca se atrevieron a entrar.

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EL DECAPITADO

Esta leyenda fue narrada a Nadia Gámez por descendientes de aquellos que habitaron cerca de la hacienda “La Quesadilla”, que se encontraba al pie del cerro del Topo, lado oriente, y cerca de lo que hoy es la cabecera municipal de Escobedo, N. L.

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EL ALACRAN DE FRAY ANSELMO

Todo aquel que guste de leer o escribir leyendas, tiene que alimentar su espíritu con las obras de dos grandes escritores y cronistas del México antiguo; ellos son don Artemio de Valle Arizpe y don Luis González Obregón, ambos nacidos en el Siglo XIX y muertos a mediados del Siglo XX

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UN RECUERDO EN LA FRENTE

Era el año de 1950, estaba yo por cumplir los cinco años de edad, cuando acontecimientos extraordinarios rompieron la paz familiar en aquella mi primera casa en el risueño pueblo de Parras de La Fuente, Coahuila de Zaragoza. Doña Juana, mi madre, según dictamen médico había enfermado “de los nervios”; pero según nuestro entorno social, había sido “embrujada”. Presagios y extrañas señales parecían confirmar esto último y llenaban de preocupación o miedo a mis mayores.

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